Se acaba de celebrar el denominado Día de Europa y casi nadie se ha enterado. Las obligadas declaraciones institucionales de exaltación de la fecha de compromiso y poco más. Del aparato político, económico y burocrático de la inmensa Unión Europea –y llega otra ampliación hacia los Balcanes–, se derivan buena parte de las decisiones claves que afectan a nuestra realidad como ciudadanos, pero la distancia entre unos y otros es cada vez mayor. Europa es hoy sólo un gran escenario de desencanto. Y, sin embargo, es ya casi el último refugio de los valores democráticos y los derechos humanos. En unos países más que en otros y en unos gobiernos más que en otros, es cierto. Pero no hay mucho más allá en el horizonte de este siglo XXI. Sin ir más lejos, la eurorregión de la que forma parte Navarra junto a la CAV y Nueva Aquitania es un buen ejemplo de aquel proyecto originario europeo que se puso en marcha tras la matanza de la 2ª Guerra Mundial: paz, democracia, Estado de Bienestar y prosperidad económica y social. Y todo ello está en juego en el devenir de la geopolítica internacional y el avance despiadado del neoliberalismo extractor de recursos y devorador de la riqueza común. Se vienen elecciones europeas en junio y todo indica que aquella Europa de los valores es hoy un caldo de cultivo para el escepticismo, el autoritarismo y el populismo, donde la derecha extremista cabalga cómoda sobre el triste lenguaje que define la actual Europa: xenofobia, individualismo, nihilismo, desigualdad, machismo y homofobia, pérdida de libertades, violencia policial y recorte de derechos democráticos. Otro aniversario bajo la sombra de las duras imágenes de familias de refugiados abandonados a su suerte en las fronteras, condenados a la esclavitud o destinados a morir de hambre y sed en el camino o ahogados en el mar. La falta de información real, un discurso conservador y economicista y las cada vez más evidentes diferencias internas han aumentado la desconfianza ciudadana y han ido debilitando la influencia internacional política y económica de la UE. La incapacidad de adoptar decisiones en el caso del genocidio de Israel contra el pueblo palestino es un ejemplo, pero solo unos más de los muchos que llevan las instituciones europeas acumulando en el concierto internacional. No formo parte del mundo del festival de Eurovisión, pero la imposición de la presencia de Israel pese a la situación en Palestina, que el principal patrocinador del evento sea una empresa israelí con vínculos con la dictadura de Marruecos y la decisión de prohibir la bandera de Europa, además de por supuesto, la Palestina son una metáfora completa de ese declive. Europa nacía como proyecto unitario sobre conceptos como solidaridad, pacto social, igualdad de oportunidades, redistribución de la riqueza y justicia social. No se habla ya de eso. Quizá recuperar aquellos valores sociales, democráticos y humanistas originarios sea la alternativa real a esta peligrosa Europa de la burocracia y de los mercados que está contribuyendo a remodelar el mundo hacia un empobrecimiento generalizado de las personas al dictado de los intereses de los poderosos. Aquella Europa merece la pena. Sigue siendo un gran proyecto político, social y humano. Pero temo que las urnas europeas van en sentido contrario.
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