Ojalá fuera el nombre del señor que atiende el puesto de especias del mercado. “Ponme curry, cilantro y clavo, Rafah”. Pero Rafah no tiene calvicie incipiente y una barriga que le asoma cuando el viento infla su camisa abierta color arena y lo convierte en globo aerostático del desierto. Lo que Rafah tiene es todos los ojos internacionales puestos en la ratonera en que se ha convertido esta ciudad del tamaño de Pamplona o Donostia situada al sur de Gaza. All eyes on Rafah. Te vigilamos, Israel. No se nos escapa ni un grito, ni una muerte, ni una sacudida del terror y la masacre que estás generando. Hemos posteado sin parar en Instagram la imagen que lleva este lema. Personas de todo el planeta. Tanto como 46 millones de veces. Ha sido el contenido propalestina más compartido desde que estalló la guerra en Gaza el 7 de octubre. Se trata de una imagen generada por IA de tiendas de refugiados alineadas en un orden improbable sobre arena rojiza. Compartirla es un acto inocuo. Tampoco conlleva ningún esfuerzo, cómo no hacerlo. Pero tiene un peso, igual que participar en una manifestación, igual que levantar la voz contra el genocidio de Israel sobre los niños, las mujeres y los hombres palestinos. Más de 35.000 asesinados. Sí, lo vamos a seguir recordando. Netanyahu, con su camiseta de manga corta kaki, su chaleco y su casco antibalas palmeando la espalda a sus soldados, sonriendo como si nada ocurriera, es decir, nada más allá de lo que su gobierno decide que ocurra, está inquieto. Está perdiendo apoyos importantes. Ahora ya sólo ordena bombardeos contra objetivos específicos, tolerados por la legislación que rige esta guerra. Matan menos, claro, pero matan. La Corte Internacional de Justicia ha ordenado que Israel pare la ofensiva contra Rafah. Esto agrava su aislamiento pero el tribunal carece de poder coercitivo. Es como el profesor que indica al alumno abusador y reincidente que no vuelva a hacerlo. No basta. No es suficiente. Hay que dejar de jugar con él, darle la espalda y expulsarlo del centro.