Las grandes cumbres que celebran cada año los poderosos del llamado eje Occidental nunca sirven para solucionar los problemas que dicen proponerse a solucionar. Al contrario, siempre avanzan hacia un empeoramiento de los mismos. La Cumbre del G-7, los supuestamente más opulentos de esa parte de la geopolítica mundial con, como no puede ser de otra forma con EEUU pastoreando al resto, ha mostrado en toda su plenitud la decadencia de ese poderío. Los más poderosos del resto del mundo, incluso algunos tanto o más que los siete reunidos estos días en Italia, están excluidos de este foro porque se les señala como enemigos, pero eso no evita que su influencia en el planeta vaya, por el contrario, hacia arriba. La mayor parte de los líderes reunidos alrededor de una fascista como Meloni están en sus horas más bajas. Macron (Francia), Scholz (Alemania), Trudeau (Canadá), Sunak (Gran Bretaña) y Biden (EEUU) van a adoptar decisiones que influirán sobre la calidad de vida de miles de millones de personas cuando en sus propios países han perdido ya la credibilidad política y la confianza social. La imagen de la cita de este año la completan Milei con la motosierra, Zelensky con la guerra y el Papa Francisco hablando de inteligencia artificial. Todo muy bien. Sobre el genocidio en Gaza, nada emocionante que relatar. Quizá lo más evidente es el conocimiento público de que Biden, uno de los hombres que tiene la llave del desastre nuclear final –confío en que sea un mito y no una realidad–, habita la mayor parte de su tiempo en un planeta que no es este. Sus despistes y ausencias continuas son la mejor metáfora de esta decadencia de un Occidente que abandonó la política y la democracia para apostarlo todo a la economía del capitalismo neoliberal de este siglo XXI. Ganará Trump y nada irá a mejor. La entrega del poder democrático a las multinacionales que, aunque no están presentes en el G-7, manejan los hilos que mueven las decisiones de ese grupo de gente sin poder ya. Hace 15 años la ONU anunció la puesta en marcha de un tribunal internacional para juzgar las actividades delictivas de las grandes corporaciones multinacionales. El proyecto nunca se llevó a cabo. La ONU es hoy una organización abandonada a su suerte a la que las grandes potencias boicotean sistemáticamente saltándose sus denuncias, recomendaciones y advertencias e incumpliendo sistemáticamente el Derecho Internacional y Derechos Humanos. Al contrario, las grandes corporaciones, ahora con la carrera armamentística lanzada, son hoy las que diseñan el nuevo modelo económico y social del mundo, imponiendo la desregulación, el oligopolio y el proteccionismo en el comercio mundial en función de sus intereses. No en los de la Humanidad. No saldrá nada mejor de esta Cumbre del G-7. El belicismo seguirá en auge –se ha alcanzado el pico más alto de guerras desde la 2ª Guerra Mundial con 56 conflictos activos y 96 países implicados–, seguirá habiendo campos de refugiados y miles de personas huyendo del hambre y muriendo en el camino, continuará la explotación de otros seres humanos y el expolio de los recursos naturales de la Tierra y crecerá la especulación de los mercados con el clima, la teconología, la energía, los alimentos y el agua mientras siete tipos se juntan para hacerse unas fotos.