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La derecha y su rabia

La derecha y su rabiaEfe/Kai Forsterling

“La negación sistemática de la legitimidad del adversario es la clave de bóveda de las nuevas derechas”, ha escrito el periodista Enric Juliana. La derivada iliberal encharca al derechismo. Las derechas llevan años agitándose frente a Pedro Sánchez, que reconcome a conservadores, ultras y cayetanismos varios. El presidente del Gobierno tiene el doble defecto de no ser del Partido Popular, y de seguir políticamente vivo después de seis años en la Moncloa. De ahí tanto afán por sacarle de la ecuación. Hace años Iñaki Gabilondo denunció que “a la socialdemocracia se le permite gobernar con tal de que no sea con sus propios puntos de vista”, Ahora que los socialdemócratas se han quitado esa camisa de fuerza y el ideario ha funcionado, la diestra se exaspera. La izquierda, con todos sus déficits y contradicciones, desarrolla un marco socioeconómico más humano, más realista y por tanto más pragmático que la derecha. Y salvo su vertiente jacobina, reconoce con menos dificultades la pluralidad del Estado. En definitiva, su recetario está más pegado a la realidad que el nacionalismo español imperante en la derecha, que como en la fábula del escorpión, es incapaz de no picar y no arrojar rabia hasta en sus momentos felices. Estas nuevas derechas le tienen muchas ganas al presidente del Gobierno. Que Pedro Sánchez se enfrente a una labor de oposición es legítimo, democrático y necesario. Lo tremendo, lo inadmisible, es que se le dibuje como un tirano, hijo de fruta y dictador. Hace ahora diez años desde que Sánchez alcanzó por primera vez la secretaría general del PSOE. A lo largo de su trayectoria se ha mostrado camaleónico y presenta un balance endeble en determinadas cuestiones, pero es también un animal político que asume riesgos y se mueve cómodo por Europa. Además ha hecho gala de resistencia física y mental, a pesar de que con su carta a la ciudadanía diera una señal de debilidad de la que la derecha ha tomado nota. 

‘El que pueda hacer que haga’ devuelve una patente de poder a Aznar, que lejos de saciar su vanidad, cincelará su vocación de centinela

Parte de la impotencia en el PP es que a su alternativa le sigue faltando consistencia. A Pablo Casado lo mataron políticamente los suyos, Feijóo sobrevive, mantiene opciones, ha salvado algún match ball, pero su balance es más bien errático, afectado por sus urgencias. El expresidente de la Xunta suele caer en el quiero y no puedo, busca votos de centro y votos ultras, de ahí el cortocircuito, con fuego amigo incluido. En este tránsito Ayuso se ha pasado de frenada, y sus neumáticos acusan la falta de dibujo. Su penúltimo derrape, el recibimiento a Milei, le confirma como un perfil inviable para ocupar la Moncloa. Quedaría apelar al pasado, pero tampoco el relato del poder del Partido Popular ha resistido incólume el paso del tiempo. El recuerdo de Rajoy se desdibuja, ahora entre informaciones muy graves de espionajes, y el protagonismo de Aznar tiene una ascendencia limitada. Eso sí, su ya famosa exhortación, ‘el que pueda hacer que haga’, ha devuelto una patente de poder al presidente de la FAES , que lejos de saciar su vanidad cincelará su vocación de centinela. Desde que dejó la Moncloa, hace ya veinte años, le gusta vigilar, mover hilos y presentar autoridad. La paradoja es que el Aznar de hoy no tendría piedad con el de finales del siglo pasado. En estéreo otro hilandero, Felipe González, que detesta sin recato a Pedro Sánchez, sigue entregado a la tarea de poner palitos en la rueda del Gobierno con el tesón de quien cultivaba bonsáis. Sin embargo, en vez de empequeñecer a Sánchez, ha terminado por encerar la figura del actual líder socialista, que está demostrando, por contraste, muchos más reflejos que los del antiguo mandatario, que surca definitivamente el meandro de la derecha.