Tres en raya socialista: Generalitat de Catalunya, Ajuntament de Barcelona y Gobierno de España. El triple de hace lustros. Tiempos de Maragall, Clos y Zapatero, o de Montilla y Hereu. La nueva etapa política catalana arranca siete años después de un choque frontal entre visiones nacionales. Veremos hasta dónde alcanza el camino. La Catalunya de Maragall alumbró un Estatut y la de Montilla una multitudinaria manifestación contra la sentencia que recortó el Estatut. ¿Qué deparará la de Illa? Todos los partidos catalanes van a tener que ser muy tangibles. La campaña permanente, esa barrila que los periodistas trillamos a diario en busca de fideos, no puede consagrar el caldo gordo. La política catalana, por ejemplo, necesita más fibra, más garbanzos, y menos ahumados.
Si el PSC quiere que le arriende la ganancia deberá esgrimir realidades tangibles, contantes y sonantes, no atajar por la vía estética. Los socialistas serán tasados por los avances en los servicios públicos, la fiscalidad o los efectos de la amnistía. La oposición reclamará concreciones, pero no está para pedir la luna, ni mucho menos para consumirse en butades. El país ha quemado etapas a toda mecha. La independencia está descartada por mucho tiempo, Ciudadanos prácticamente desaparecido, y la izquierda de Ada Colau en declive. El meneo ha sido morrocotudo.
Hoy el PSC ha recuperado la centralidad, pero quien tiene la sartén por el mango, como siempre en estos casos, es el PSOE. Sabe Sánchez que la parrilla está que arde, pero que su teflón político se asienta en el entendimiento con formaciones como Esquerra Republicana, y que Junts asuma que los cantos de sirena conducen al delirio. Así que el presidente del Gobierno español tendrá que mostrarse talentoso a la par que diligente. Hace veinte años Maragall elogió a Zapatero por “entender que la España de corte federal es a la que vamos”. Zapatero quedó en lo que quedó, y menguó. A Sánchez, el resistente, le toca remangarse y buscar la filigrana.
El presidente del Gobierno español sabe que la sartén está que arde, pero que su teflón político se asienta en entenderse con partidos como ERC
La mayoría política que sacó adelante su investidura en 2023 también se enfrenta a su prueba de fuego. Esquerra, con su apoyo a Illa, se ha desdicho de su relato de forma aparatosa, lo que le deja una militancia dividida, pero el partido ha sabido leer el tablero y ha evitado el limbo, apostando por la vigilancia posibilista al nuevo Govern.
Junts, por su parte, deberá dilucidar si se mantiene en sus trece o cambia de gafas. Su techo es evidente y su suelo movible. Tanto Junts como ERC irán en otoño a sendos congresos que definirán el tránsito de la política catalana y española. Será determinante la situación de Puigdemont de cara al cónclave de su formación. El expresident no ha acabado en la cárcel ni está retirado. Con su incursión en Barcelona también quiso enseñar las vergüenzas de ERC; fue por tanto la suya una victoria pírrica. La quiebra por etapas entre Esquerra y Junts ha sido un estropicio. Una alianza hecha añicos, sin votos ni pegamento para huir hacia delante, con Junts errante en la melancolía. Un combinado inhábil para la centralidad de una sociedad muy baqueteada en estos siete años. Si acaso, algo inquieta por la ola reaccionaria que ha preñado muchas mentes presas de la frustración. Por tanto el realismo se hace urgente en este momento. Aplíquense socialistas, republicanos, comunes y posconvergentes en lo que toca. Visto lo visto, o la amnistía cubre para otoño a Puigdemont, o no cabe descartar completamente su vuelta para octubre, aunque a tenor de sus declaraciones y estrategia, parece que evitará una detención esta vez segura. El líder de Junts ya no necesita forzar otro garbeo para que se extinga la legislatura. Así que el Constitucional puede ser más trascendente que el Oráculo de Delfos.