Balance de daños en Sumar. Ha estallado el cuadro eléctrico. Con la caída de Errejón no se funde solo un fusible. La avería supone un incendio para la coalición; sume en el desconcierto a una parte del progresismo y a otra en el hastío.
Demasiadas decepciones por el lado izquierdista. El chorro de novedad y audacia que surcó la política española hace diez años se ha ido por el sumidero. Es el ocaso de un ciclo tan anhelado como agridulce para sus intereses.
Aquella izquierda estatal que en los ochenta y noventa había censurado las hipocresías del felipismo –con muy limitado éxito– se encontró de la noche a la mañana ante un armazón de enojo y el ímpetu de una nueva generación de estrategas con frescura universitaria. Este fue el inicio de Podemos, eclosionante.
Sin embargo, ese grupo motor comenzó a desmembrarse rápido. Maniobras policiales, mediáticas o judiciales aparte, fue quedando claro que por errores propios o forzados aquel cohete no iba a volar tan alto. Mientras tanto, el PSOE, que estuvo muy cerca de zozobrar, contó con importantes dosis de fortuna para acabar reforzando su hegemonía. La primera, la resurrección de Sánchez como secretario general. La segunda, que no fraguara ningún entendimiento entre socialistas y Ciudadanos, de inicio porque Iglesias se había negado a colaborar con ambos en 2016. Iglesias también leyó bien la moción de censura de 2018 y con perseverancia (más la decisiva enajenación política de Rivera) logró un Gobierno de coalición con el PSOE tras las segundas Generales de 2019.
Pero año y pico después el propio Iglesias cometió dos errores graves entrelazados: salir del Ejecutivo para disputar unas elecciones en Madrid que le llevarían a dejar la política activa, y asignar el relevo a Yolanda Díaz, que una vez ungida, desvistió un santo para vestir otro, a su ritmo y conveniencia.
Sumar está ahora en un mortero, y de poco le puede valer un cambio de marca. Podemos no debería caer en el cuanto peor mejor
Sumar levantó la casa por el tejado y se desmintió muy pronto. Fue un sinsentido, un espejismo, y también una alegoría. Izquierda Unida, arquitecta de esta ensoñación, no despertó hasta el pasado mes de junio, cuando ya era tarde. La gran confluencia se había chafado e IU era responsable.
Sumar está ahora en un mortero, y de poco le puede valer un cambio de marca. Díaz, evanescente, ha echado por tierra gran parte de su capital de sensatez labrado como ministra. A sus despropósitos como líder de un espacio quebradizo, se une ahora la convulsión Errejón, hasta ahora portavoz en el Congreso.
Al cainismo, la inconsistencia y la falta de rigor que ha exhibido la nueva y vieja izquierda estatal se le añade ahora un componente de hipocresía desmoralizante, que puede acelerar el fin de ciclo. El estropicio de Errejón es el culmen del despropósito. De poco vale alcanzar jalones históricos si los narcisismos hacen estragos, hunden la congruencia ideológica y acidulan hasta la perdición un espacio político, que por sus propias expectativas requería estar a la altura correspondiente, por sentido de la responsabilidad y de respeto a las personas. No ha sido así.
Errejón se ha carbonizado y la pregunta es hasta dónde impregnará la chamusquina o se reactivarán las brasas. En Podemos hay mucha gente deseosa de prender fuego a todo para que así todo cambie. Se equivocarán una vez más. No se trata de caer en el gatopardismo ni en tomaduras de pelo, pero tampoco en el cuanto peor mejor, revoluciones de tres al cuarto o calenturas a ninguna parte. No es mucho pedir un poco más de modestia, de autocrítica, de sobriedad en el análisis. Eso no es arrugarse ni aburguesarse. El olor a fuego espanta a casi todo el mundo salvo a los pirómanos.