El título de hoy iba a ser “cifras del mundo”; pero el adjetivo mundano que se refiere en primera acepción del diccionario a lo mismo tiene además un significado de frivolidad de la vida social que me permite viajar un poco más en la línea de lo que este lunes quería trasladarles. Los informes de riqueza en el mundo nos cuentan, por ejemplo, que un 2% de los habitantes de este planeta, los más ricos, poseen cerca de la mitad de los recursos. Hay casi 60 millones de personas con un patrimonio de más de 1 millón de dólares. En el lado extremo, 1.500 millones de adultos son tan pobres que solo acumulan un 0,5% de la riqueza mundial. Esta situación tan desigual no para de exagerarse: en un solo día tras el triunfo electoral de Trump los superricos de su país ganaron 60.000 millones de euros. Con esos beneficios que no paran de crecer les daría para cancelar la deuda de medio continente africano, arreglar la sanidad de Hispanoamérica o, también, para irse al espacio. Y ya sabemos que los ultramillonarios (que son también millonarios ultra) prefieren irse al espacio a pagar impuestos. Mientras tanto, la última conferencia sobre el cambio climático en Bakú acaba de cerrar con un acuerdo ridículo que dice que los países ricos (no las empresas ricas, que siguen sin pagar impuestos) pagarán a los estados del Sur global, los pobres, unos 300.000 millones de dólares al año, pero a partir del decenio que viene. Es poco dinero, una cuarta parte de lo que se estima preciso para poder implementar medidas que protejan la salud, el clima y la sociedad, pero sobre todo es demasiado tiempo porque el reloj no para de contar: hemos sobrepasado el grado y medio, vivimos los años más cálidos, los fenómenos extremos son cada vez más frecuentes y más extremos, valga la redundancia.
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