Hola personas, empezaré este ERP de hoy parafraseando el título de aquel programa de ETB que tanto éxito tuvo: ¡Vaya semanita! La septena empezó muy mal, el lunes, de par de mañana, me llegó un WSP desgarrador que me comunicaba que Aitor Otazu, más conocido como Aitor el del Savoy, había fallecido, ¿Cómoooo? pregunté, no me lo podía creer. Había estado con él dos días antes y estaba como una rosa, pero ya se sabe que aquí en un segundo le dan al interruptor y pasas a negro sin pestañear, y eso le había pasado a mi amigo Aitor. Coincidí con él en párvulos en el colegio del Santo Ángel de la avenida de Galicia y desde entonces nos habíamos seguido viendo. No mantuvimos una amistad profunda, eso es cierto, pero a lo largo de todos estos años siempre nos habíamos caído bien, siempre hubo buena química entre los dos. Él, al estar dedicado desde muy joven a la hostelería, fue, de alguna manera, persona pública y lo fue en mi barrio. En el Mikael nos puso las primeras cañas, esas que tomábamos casi a escondidas, y siempre estaba de buen talante, tanto él como su hermano Ramón, y así han seguido toda la vida, buena gente. No solo era un hombre de la hostelería, era un artista, un tío paciente y manitas que compraba máquinas de fotos viejas, de esas grandes de madera, y las ponía a funcionar, luego no hacía ni una foto, él mismo lo decía: no me interesa, no me gusta hacer fotos, me gusta arreglar las máquinas y cuanto más viejas y más rotas estén mejor. Yo, que también tengo mi pequeña colección, cuando tenía alguna que no funcionaba se la daba a Aitor y en dos días me la devolvía en perfecto estado de revista. Solía venir a nuestro bar al mediodía, siempre pedía un rosado y un pincho de bonito, el pincho se lo hacía cada día diferente, le ponía lo que tenía a mano, pero fuese lo que fuese siempre iba bautizado de un buen chorretón de aceite muy picante. A Aitor le hizo la boca un fogonero, cuanto más picaba más le gustaba. En fin, que podría llenar cinco ERPs hablando del buenazo de Aitor que se nos ha ido y nos ha dejado un vacío que será difícil de llenar, desde aquí te digo: Agur Aitor, ikusi arte lagun.

Por otro lado, ese mismo aciago día, por la tarde, tenía lugar en Noáin una explosión de gas que mandaba a la UVI a dos personas, a otra docena a los hospitales y dejaba en la calle a doscientas personas que veían con incertidumbre como ardía su entorno. Por suerte la mayoría de las casas en breve serán habitadas de nuevo, pero dos familias han visto como toda su vida, todas sus posesiones, todos sus recuerdos, todo lo que a lo largo de los años han acumulado, se ha volatilizado, ha desaparecido. Para mí ese es uno de los mayores reveses que te puede dar esta vida, dejarte en la calle sin poder recuperar nada de todo el poso que los días vividos te han ido dejando.

Por si esto fuera poco, el martes de par de mañana me llega otra noticia que me dice literalmente: se está quemando el planetario. No daba crédito, una de las últimas naves incorporadas a la pequeña flota de la cultura pamplonesa había recibido un torpedo en la línea de flotación y se estaba yendo a pique. El resto del edificio parece ser que no se ha resentido, pero su sala magna, aquella que a tantos nos ha acercado a las estrellas ha quedado flotando en el espacio sideral. Sus estrellas han sido fugaces y han pasado sin dejar rastro. Imagino que la osa mayor habrá cuidado de la menor y habrán salido indemnes del trance, pero la cúpula que las albergó tantas veces ha pasado al recuerdo. Espero que en breve sea recuperada.

Menos mal que tenemos a Osasuna y el jueves nos dio una alegría convirtiéndose en un Angelcristo foral y reeditando en La Catedral la doma de leones que ya llevara a cabo hace dos años y que les dio el billete para Sevilla, crucemos todos los dedos para que este año la historia se repita y los rojillos se hagan con tan preciada Copa.

Y ahora vamos a ver un paseíto que esta semana me di aprovechando que mi cuerpo se encuentra en mejor estado que en semanas anteriores. El jueves me recibió el galeno en Príncipe de Viana y, tras la visita, regresé al centro paseando, con calma, (por narices) por la avenida del señor Eugenio Pacelli, más conocido por Pío XII. No es vía que yo recorra a menudo y casi todo lo que en ella vi me resultó nuevo: pizzerías, bancos, cafeterías y tiendas que no me sonaban de nada. Yo me quedé en la Pío XII de librería Gómez y pescadería Guerendiáin. En pocos minutos llegué al parque de Monseñor Antoniutti y, tras pasar el reconstruido portal de la Taconera, llegué al Bosquecillo que transité para llegar a la calle Mayor. Por el camino vi el nuevo quiosco de recoletas que lo han cambiado de ubicación y lo han puesto junto al famoso urinario que diseñó Victor Eusa. ¡Qué versatilidad la de Eusa! lo mismo hacía el Gobierno Civil que un aliviadero público. Entré en la calle Mayor y fui viendo con calma muchos de los comercios de los que hablábamos el domingo anterior, algunos siguen, como Ferrán, Ortega o la ferretería Sanz y, otros, como la Algodonera o Larumbe, han desaparecido. Pero de todos ellos hay uno que es especialmente bello, se encuentra en el número 5 de la citada calle y lo ocupa la centenaria sastrería Artázcoz. El local lo realizó, en estilo Art decó, el omnipresente Eusa para calzados Llorente el año 1924, y en 1957 cambió de inquilino, instalándose en él la vieja sastrería que hasta entonces estaba en el primer piso del edificio. Le han hecho alguna reforma, pero en esencia mantiene su diseño inicial. Antes de San Cernin tomé la calle Campana para salir a la plaza de San Francisco. En ella, frente a la esquina que ocupó durante años el comercio de telas de Echarte y Grávalos y que hoy ocupa una postinera cafetería que, con buen criterio, ha integrado en su decoración una vieja viga del antiguo comercio que dice alto y claro: Ventas al contado. Precio fijo, hay una estación de bicicletas de servicio municipal, desanclé un vehículo y a sus lomos recorrí varias calles de la vieja Pamplona viendo y recordando donde se encontraban las viejas tiendas que llenaban sus bajeras, empecé por Zapatería que, en tiempos de nuestros abuelos, era la Ortegaygasset pamplonesa, con la selecta oferta de modas de Bernardo Machiñena y su señora Jacoba Murillo, la enorme tienda llamada La Gran Ciudad de Londres, Confecciones Madrileñas, el Comercio San Andrés, la maravillosa sombrerería de Aznárez en la esquina, el comercio San Fermín, hacia Pozoblanco, La Perla Vascongada, Casa Mestre y sus telas, Camisería Camino y un largo etcétera.

Seguí pedaleando y, tras mucho ver y mucho recordar, regresé a mis lares pensando: querida Pamplona, cuánto juego das.

Besos pa tos.

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