Un libro muy interesante: Quiero y no puedo. Una historia de los pijos en España. Escrito por la periodista Raquel Peláez y publicado en Blackie Books. Repasa una cuestión tan honda como el afán de distinguirse y de emular, porque de eso va el pijerío identitario, con una dimensión sociopolítica que trasciende de la estética. Para Peláez “vivimos un momento profundamente pijo pero también extraordinariamente confuso”. Recuerda que “todos podemos ser el pijo de otro” y concluye que “lo pijo, como todo lo aspiracional, es una cuestión de símbolos”. Su recorrido histórico llega hasta el universo cayetano, jinetes al galope reaccionario una vez que las redes sociales han transformado “totalmente la forma en que la gente se construía su identidad”. Mutación especialmente palpable tras el surgimiento de Instagram en 2010, apunta la autora, lo que ha socializado la exhibición del disfrute y del lujo, la ostentación de nuestro capital pecuniario, cultural o de social. “Exhibicionismo del privilegio”, lo llama Peláez, de culto a la imagen y al dinero como cánones de vida, muestrario de un star system de gente guay y deslenguada.
En buena parte del pijerío brota el clasismo pringoso y tontoligo. La exaltación materialista, lejos de entrar en crisis, se pega a la piel y la frivolidad se agarra a las neuronas, en la mímesis de pretender el acceso a un segmento de eventos y marcas top. High standing del que presumir o imitar a base de pasta, narrativa y dramaturgia.
El postureo necesita público, esto es, redes y smartphones. La religión consumista requiere templos. El materialismo siempre ha contado con catedrales, ritos y santos a los que adorar, culto del que tampoco escapan los pijoprogres (el escritor Sergio del Molino publicó un libro al respecto en 2022).
Aunque como señala Peláez, “si las clases altas monopolizan una parte importante del universo aspiracional juvenil” y estas “son tradicionalmente conservadoras, la consecuencia parece obvia”, “si ser rico es cool y los ricos son de derechas, ser de derechas es cool”; “partiendo de ese planteamiento, representar la pijez de la forma más evidente, exagerada y escandalosa posible” se ha vuelto “deseable”.
Pero para cabreo de tanto señorito, sin la conquista del poder político, el estatus del pijerío de derechas está incompleto y hasta cierto punto expuesto. Los ultras no pueden culminar su ofensiva ideológica en el Estado, porque el sistema democrático no les aúpa a la mayoría. Y cuanto más esgrimen un nacionalismo español excluyente más se aíslan, pues hoy por hoy la mayoría del electorado vasco y catalán decanta otro tipo de suma. Partidos como PNV, EH Bildu o ERC son claves en este estado de cosas. De ahí tantos afanes recentralizadores y de ahí el giro que Feijóo, un patrón con más rostro que espalda, ensaya con Junts, ahora objeto de deseo, que a su vez juega con cerillas.
Nota para el debate: en esta historia del pijerío hispano de Peláez, y aunque salen mentados en la contraportada Alfonso XIII y Felipe Juan Froilán, cabría haberse detenido en la familia que ostenta la jefatura del Estado, empezando por el titular de la corona. Ahora que se habla más de su decantación ideológica, se podría escrutar en su inclinación pija. A fin de cuentas, la monarquía, con más o menos disimulo, nos trata como a súbditos mientras exige distinción y peloteo. Poder dinástico lo llaman. Pues esta es la cúspide del Estado, que trabaja a pasado, a presente y a futuro en la promoción de una unidad familiar, en preservar su ecosistema de privilegios e intereses. Y eso, claro, aviva el pijerío. Es de cajón.