Segunda mitad de los años 80 del pasado siglo. Sobremesa de una cena en un local de la Parte Vieja pamplonesa. Los participantes en ella, abertzales de a pie de diverso pelaje, parecen asumir ya que el sueño de una comunidad autónoma para los cuatro territorios del sur de Euskal Herria tiene pocos visos de convertirse en realidad inmediata. “Mientras esté aquí la Volkswagen no hay nada que hacer”, sentencia el que parece saber más de economía. Los demás comensales asienten resignados.
Las sociedades satisfechas, y Navarra lo es, o lo ha sido, difícilmente propician volteretas políticas de envergadura. Para que el grueso de la ciudadanía apueste por un cambio hace falta un mínimo de descontento, y pocos motivos hay de insatisfacción más fuertes que la visión negativa sobre el estado general de la economía y la de cada uno en particular. Esto, que es de 1º de Ciencias Políticas, quizás lo desconocía el abertzalismo navarro de los años 70-80 del siglo XX, pero lo sabe perfectamente la derecha foral y española de esta tercera década del XXI.
Al Gobierno de Navarra le están lloviendo hostias como panes a cuenta de los últimos datos económicos y laborales, que sitúan a nuestra Comunidad en puestos donde no estaba acostumbrada. Las malas noticias sobre el futuro de algunas de sus industrias más importantes añaden nubarrones al panorama. A autonomías cercanas, en cambio, parece que les va de miedo, si hacemos caso de lo que dicen los voceros de la derecha. Seguramente, ni las comparaciones son justas, ni nuestra situación económica tan alarmante. Pero son las percepciones las que acaban guiando el voto ciudadano, y ahí creo que el Gobierno de Navarra y los partidos que lo sustentan deberían currárselo bastante más. El estadounidense medio ha hecho presidente a un esperpento como Trump porque éste lo ha convencido de que va a ser lo mejor para su bolsillo.