Es la nómina de más de 30.000 trabajadores y trabajadoras en Navarra. Personas con expectativas vitales totalmente diferentes a las de otra parte de esta sociedad dual, personas que viven en el alambre, como bien reflejaba mi compañero Juan Ángel Monreal. En el comercio, repartidores de comida, empleadas del hogar, conserjes, telefonistas, en empresas de seguridad... Que no llegan al día 5 porque el banco ya se ha comido la letra del coche, de la tarjeta y el alquiler del trastero, para quienes viven en casa de sus padres o de un familiar, o de la vivienda, la mayoría en piso compartido. Personas a las que resulta imposible comprar o incluso alquilar una vivienda. Que trabajan de noche y cuidan a sus hijos de día. Quienes tienen colchón familiar lo sobrellevan mejor.

Leyre Rubio de 30 años (trabajadora de Afede) está esperando a las oposiciones de celadora. Para el día 11 o 12 le quedan 30 euros en la cartilla. Y el día 30 no se puede permitir comprarse una caja de leche de seis litros. Vive con su pareja, que también trabaja, en el piso de un familiar y tienen la suerte de pagar unos 600 euros. Su madre y su suegra le animan a tener hijos, le dicen que no le va a faltar ayuda, pero prefiere criarlos ella y “ser capaz de irme un día de compras y cogerle un batido”. Ángela López vive con su hija mayor que llegó de Ecuador hace diez años. Ha trabajado en cafeterías y luego en casas desde que vino en 2005. Ahora cuida a una persona anciana como interna y también mete horas en una residencia. Sin vida ni intimidad. Pero toca cotizar. Trabajos duros y vidas muy duras que están cerca. Empleos que otras personas rechazan o que no soportaríamos ni un solo día.