Donald Trump se ha convertido en ese fantasma de nuestro propio yo, que obliga a los europeos a mirarnos al espejo, reconocer nuestras arrugas, evidenciar nuestras debilidades y con ello obligarnos a actuar de una vez sobre nuestros males endémicos. El insufrible mandatario norteamericano no tiene la culpa de que un día decidiéramos que nuestros negocios dependieran de los bajos costes de fabricar en China. Tampoco es el responsable de que nuestra energía dependiera en gran medida de Rusia, o de que nuestra demografía junto a la de Japón sea la más longeva del planeta y que no seamos capaces de asumir el mestizaje de una migración que necesitamos. Y mucho menos podemos culparle de haber ido deteriorando nuestras democracias a base de corrupción y extremismos. A su burda manera, él está ejerciendo un liderazgo que ha demandado la sociedad estadounidense, mientras nuestros líderes ensimismados en sus problemas políticos internos de baja estopa, no aportan soluciones reales a los desafíos que un mundo en cambio total nos plantea. Así las cosas, ha llegado la hora de la verdad para Europa. O sabemos jugar en el nuevo tablero de la geopolítica mundial o volveremos a las oscuras épocas de nuestros enfrentamientos tribales en el continente.
Jugar fuerte
Lo primero que tenemos que asumir es que la batalla surgida entre EE.UU. y China, no va en broma, sino que es definitiva para la resolución de la hegemonía mundial. No es tiempo de jugadores blandos y menos de ser pequeños en un universo de gigantes. Hay que sentarse a la mesa unidos y con la determinación de apostar por nuestro futuro, cueste lo que cueste. Ha llegado la hora de ser menos 27 y más una. La Unión debe abrirse paso de la mano de sus principales potencias para ser reconocida como jugador en esta partida. El claro guiño de la participación del Reino Unido en la cumbre de París, improvisada por el presidente Macron, es un buen síntoma de recuperar el espacio común de la cordura Occidental en el dilema que se lanza entre el mundo autocrático, al que parece haberse incorporado inconscientemente Estados Unidos y la democracia basada en los derechos humanos que aun hoy representamos los europeos. Y para ello la batalla de las opiniones públicas es trascendental. Debe quedar claro ante la ciudadanía, que nosotros defendemos los principios y valores de convivencia y lo de los otros es un mundo de la fuerza por la fuerza.
Importancia de la dimensión
Dado que nuestros adversarios han situado la partida en un enfrentamiento de poderes, lo primero que debemos mostrar es la suficiente dimensión para medirnos con ellos. En esta línea, ante la clara afrenta de Trump de sacarnos de la mesa de negociación de paz de Ucrania, solo queda ampliar territorios para demostrar que sin Europa el mundo no puede repartirse al antojo de autócratas y archimillonarios. Así las cosas, si finalmente en el teatrillo montado en Arabia Saudí, Ucrania es desquebrajada territorialmente, la UE debería convertirla en el socio 28 de manera inmediata y de la misma forma, cerrar las negociaciones con los Estados de los Balcanes Occidentales para completar un territorio continental cerrado, con un acuerdo estratégico profundo con Gran Bretaña. 600 millones de habitantes y un territorio equivalente a EE.UU. es la única manera de ser considerados. Y obviamente, a eso hay que unirle la capacidad de defender ese espacio y garantizar la seguridad de sus ciudadanos.
Apuesta económica
El segundo gran mensaje que debemos lanzar ya al mundo tiene que ver con nuestra firme decisión de competir a gran escala de forma unida y con fondos públicos. Necesitamos más ciencia, más innovación, más empresas con tamaño competitivo y todo ello a un ritmo acelerado. Solo desde un plan de endeudamiento mancomunado se puede acometer. Si nos empeñamos en que cada Estado haga la guerra por su cuenta, pigmeo a pigmeo seremos aniquilados por EE.UU., China y los BRICS. Europa puede y debe endeudarse, aunque eso suponga un sacrificio de generaciones, si no queremos que nuestra civilizada forma de vida sea arrasada. Reconstruir la capacidad de nuestra industria es imprescindible para financiar nuestra sanidad, educación, cuidado a dependientes, mayores o el pago de las pensiones. Para todo ello hace falta el valor de tirar de lo público como garantía y asumir que vendrán tiempos duros. Trump juega al poker con el revolver encima de la mesa, nosotros debemos plantear una partida de mus con pocos faroles, graciosa y educada, pero jugándonos los amarracos a la grande.