Quienes vieron la Conferencia Conservadora en Washington este fin de semana, asistieron a un despliegue de unidad por parte de votantes y funcionarios del Partido Republicano, quienes acabaron coreando de manera entusiasta el acto final, en el que el presidente Donald Trump habló durante una hora interrumpido frecuentemente por aplausos entusiastas.

Los asistentes a esta conferencia anual del Partido Republicano celebran las propuestas de Trump para remodelar y reducir el gobierno norteamericano, reforzar la posición internacional de Estados Unidos y eliminar la inmigración ilegal.

Al concluir los tres días de reuniones, prometió cumplir con sus promesas de reducir el gasto público, aumentar los aranceles y poner ahorros e ingresos adicionales en los bolsillos de los ciudadanos.

El entusiasmo de los asistentes a estos tres días de fervor conservador hace olvidar la erosión de popularidad que Trump empieza ya a sufrir, por mucho que todavía goce de una gran ventaja frente a sus rivales del Partido Demócrata: su nivel de apoyo ha pasado del 53 a 46%, algo que probablemente se deba tanto al enfriamiento previsible después de su llegada al poder, como a la inquietud que sus medidas han provocado entre sectores que votaron por él en noviembre pasado.

El DOGE (Departament of Government Efficiency) capitaneado por Elon Musk, promete mucho ahorro, pero a un costo enorme para amplios sectores económicos, algunos de los cuales votaron de manera entusiasta por Trump hace tres meses y ahora no ocultan su inquietud. Los recortes del DOGE no afectan solo a funcionarios de Washington, una ciudad odiada por los conservadores norteamericanos pues da el 95% de sus votos al Partido Demócrata.

Estos funcionarios están repartidos por todo el país: tan solo el 20%, unos 400.000, vive en la capital norteamericana y las áreas circundantes, pero estados como Texas o California tienen 130.000 y 156,000 respectivamente, mientras que Florida o Georgia rondan los 80.000. A esto se añade casi medio millón de personal en uniforme, repartidos por todo el país, con mayor presencia en California, Texas y Virginia y casi nula en la ciudad de Washington.

Las promesas de ahorrar y reducir el gobierno responden a una necesidad presupuestaria clara y son especialmente bien recibidas por los forofos de Trump, quienes no siempre distinguen entre las necesidades empresariales motivadas por el lucro y las del gobierno, que atiende necesidades sociales con planteamientos macroeconómicos.

En su discurso, Trump admitió que el partido del presidente acostumbra a perder votantes en las elecciones parciales que se celebran dos años después de las presidenciales (algo que ha ocurrido en el 90% de las elecciones desde 1934), pero se mostró confiado en que seguirá cabalgando la ola que le devolvió a la Casa Blanca el pasado noviembre.

Si los precedentes indican algo, le espera un desengaño: en las elecciones de 2018, sus correligionarios republicanos perdieron 33 escaños en la Cámara de Representantes, que pasó al control del Partido Demócrata.

Curiosamente, Trump parece no haber aprendido la lección: la fuga de republicanos hacia los demócratas se debió en buena parte a los aranceles, algo que ha prometido repetir ahora.