Cierran Gutiérrez, en la plaza Consistorial con Mercaderes, por jubilación, y López, en San Miguel con San Antón, creo que también por jubilación. Comercios míticos que van a descolgar sus rótulos –Gutiérrez ya lo ha hecho– y que difícil será que resurjan o se mantengan en otras manos. A veces, a veces, los comercios cierran por falta de clientes, por los cambios en la manera de comprar –grandes distribuidoras, grandes superficies, intercambios entre particulares–, por motivos económicos. Pero no siempre es así.

A veces se bajan persianas porque los alquileres nuevos son inasumibles para quien quiera entrar de nuevas. Y a veces simplemente no se encuentra a nadie que quiera hacerse cargo de un negocio una vez que sus anteriores propietarios deciden que ya es hora de descansar. Llevar un comercio es una tarea diría yo que casi titánica. Por eso hay tantas bajeras vacías. El consumidor, lógicamente, quiere comodidad, calidad, precio, etc. Lo quiere todo. Pero ese todo para un pequeño o mediano comerciante ya sea del centro o de los barrios supone una pelea diaria con competencia, internet, los grandes, los proveedores, los impuestos, la burocracia, el cansancio horario, que hace que muchos casi lamenten el día en que decidieron emprender.

Otros no, claro, hay otros que siguen disfrutando del contacto con el público, que han encontrado con mucho esfuerzo y talento su nicho de mercado y su hueco y a los que les van las cosas mínimamente bien. Las instituciones públicas deben velar para que esos sigan sintiéndose así y para que haya más facilidades para quienes quieran dar el paso. Si no esto en 20 años perfectamente se convierte en una ciudad dormitorio de la periferia de Madrid con tiendas y bares iguales unos a otros y con respecto a otras ciudades y dos o tres excepciones que confirmen la regla. Y los clientes debemos saber si queremos eso o mantener nuestra ciudad.