Tenemos un nuevo caso de política o político que abandona el partido en el que militaba pero no abandona el puesto político al que llegó tras unas elecciones presentándose bajo el paraguas del nombre y la ideología del partido en el que militaba. La última ha sido Maite Nosti, que deja Vox pero insiste en mantener su escaño en el Parlamento de Navarra, porque “el partido ha virado y yo no”. Nosti, que explica que dejó Vox el martes, ya ha anunciado que el acta de parlamentaria es suya, está a su nombre y de este modo pasará a formar parte del Grupo Mixto, sin adscripción parlamentaria.
Sin entrar a valorar el caso concreto puesto que por ahora Nosti no ha manifestado las causas de su baja de Vox ni las discrepancias con la formación, lo realmente curioso es esa tendencia que tiene quien posee un escaño de representación en considerar que el escaño es suyo porque el acta está a su nombre: “Yo voy a seguir defendiendo mis ideas y ellos que defiendan las suyas. ¿Me van a llamar tránsfuga? Que me llamen. Yo ya he decidido lo que voy a hacer y ya está”, dice Nosti, que con un pensamiento así se adjudica la potestad de los 14.200 votos a Vox en las forales de 2023, como si se votara a las personas y no a los partidos.
No es, como decimos, nada nuevo, pues la historia de la política está llena de casos así a lo largo y ancho del abanico político. Recordemos sino a los selebres Sayas y García Adanero, que se negaron a entregar su acta de diputados por UPN tras votar en contra de la reforma laboral del PSOE cuando UPN les había ordenado que votaran a favor. Sayas, convertido en oráculo de los miles de votantes de UPN, dijo que hicieron “lo que esperaba la mayoría de los votantes de UPN”. Ya ven, personas que han llegado a determinados lugares gracias a unas siglas reniegan de éstas pero no de las prebendas obtenidas gracias a ellas. El ser humano mismo y sus cosas.