Este es el momento preciso para que si quieren a alguien (en cualquiera de sus variantes, si algo tiene el querer es tipologías, escalas e intensidades y, además, ese alguien puede ser incluso usted, algo no tan sencillo de hacer bien, requiere de marco teórico, autoconocimiento, destrezas instrumentales, práctica habitual y revisiones periódicas) regalen jacintos. O lo que es lo mismo, una experiencia olfativa singular, arrobamiento puro. Los sinónimos de arrobamiento, que son éxtasis, embelesamiento, enajenación, arrebato o hechizo, pueden darles una idea de lo que me provoca el aroma de los jacintos (también el de las lilas, pero les falta casi un mes para florecer o al menos así ha sido hasta ahora, pero todo es cambiante y preocupante).

Un solo jacinto transforma una habitación. Dan ganas de salir y entrar y volver a salir y entrar y así todo el rato para disfrutar del aroma que sale a recibirte y te envuelve. No sabría describirlo, solo sé que me secuestra y siempre quiero más. Conforme aspiro, siento como si hubiera un mensaje para descifrar o, mejor dicho, intuyo un mundo al que se me invita, aunque no puedo transcribirlo en palabras. Aspiro con más fuerza y mayor es el deseo de seguir llenándome del aire que impregnó el jacinto. ¿Cómo no regalar algo así a alguien querido? Un pequeño viaje al abismo de lo hermoso e inefable en un tiesto pequeño que cabe en una mano. Un alivio momentáneo de la zafiedad del mundo, de la frivolidad culposa, de la inconsciencia y la conformidad pastoreadas por los peores, de la oscuridad de los intereses y la claridad de los movimientos, para sobrellevar, siquiera un instante, a quienes todo saben y tienen casi todo, a quienes se permiten sentenciar lo que no les corresponde y ningunear lo que desconocen.