Desde que Felipe VI, quizá mal aconsejado, decidió chapotear en los charcos del referéndum del 1-O en Catalunya y granjearse la enemistad de la mitad de la población, no recuerdo ninguna otra manifestación sobre temas de actualidad en los que haya expuesto su opinión de forma concluyente. El rey prefiere seguir la doctrina campechana y bienqueda de su padre y buscar refugio en aquel viejo consejo de Franco: “Haga como yo, no se meta en política”.
En su último discurso de Navidad, por ejemplo, el inquilino de La Zarzuela citó cuestiones sociales que preocupan a la ciudadanía, con referencias a la vivienda, la inmigración y el negacionismo climático, pero pasando por ellos como pies sobre brasas y sin aportar soluciones. Más ruidoso resultó su silencio de cualquier referencia a la violencia de género. También visitó las localidades devastadas por la dana y no dijo nada sobre la actuación del presidente de la Comunidad Valenciana.
Digo esto porque hay gentes que consideran ocioso y hasta vulgar que la monarquía llene horas de televisión a cuenta de unas fotos de la heredera al trono bañándose en una playa o del anuncio de que el Emérito va a demandar a Miguel Ángel Revilla por injurias, al parecer animado por la infanta Elena, que no pasa por ser la más despierta de la familia. Pero ¿qué temas sociales va a liderar la Casa Real, de qué asuntos puede ser un referente o ejercer algún tipo de influencia para mejorar la vida de sus súbditos? De ninguno. A Leonor le quedan por delante un montón de portadas en la prensa rosa, desfiles militares y entregas de credenciales de diplomáticos. Para eso ha quedado la monarquía.