Me planteaba cómo levantar esta columna sin caer en la reiteración, el populismo literario o la cuota obligada de ombliguismo local. Pero siempre emergían lugares comunes, temas recurrentes o asuntos del día a día propios de una ciudad feliz permanente infeliz. Mientras tecleaba poseído por la ansiedad de acertar con el tema, me venían a la cabeza varios asuntos. Por ejemplo, había 120 bares insumisos en la ciudad que aún no habían cumplido la norma de la doble puerta para evitar el ruido nocturno.
Algo que se les había requerido en 2017 pero seguían llamándose andana. O la huelga intermitente de las villavesas, algo que no acabas de entender. No porque no compartas las reivindicaciones del personal, sino porque no sabes muy bien qué papel juega la Mancomunidad. Luego estaba la 25 semana del Pincho de Navarra. Un pintxo híbrido, fusión navarro-mexicana llamado Eguzkimole lu’um había triunfado en aquella Pamplonadetodalavida retada por el mestizaje.
La XXV Semana del Pincho de Navarra ya tiene ganador
Una ciudad que se atomizaba por el sur. En Lezkairu, el barrio molón y hipsteriano de eternas terrazas, la vecindad se manifestaba contra la especulación urbanística de un barrio tetris que crecía sin control. También se habían manifestado varias ciudades contra la turistificación, el precio abusivo de los alquileres y la imposibilidad de acceder a una vivienda. Me preguntaba si aquí los fondos buitres o los airbnines habían comprado el silencio de la vecindad. Pensé también en la superinflación cultural de la ciudad. Algo muy positivo de lo que nadie hablaba.
Pero todo me parecía banal frente a lo que pasa en Gaza. Y me preguntaba cómo nos mantenemos impasibles ante semejante genocidio. Por qué este silencio ante uno de los hechos más terroríficos de este siglo XXI. Sesenta palestinos han sido asesinados este fin de semana sumergido entre aranceles y lugares comunes. Quizá el infierno vive entre nosotros bajo la forma de la indiferencia.