Solo han pasado tres meses desde su regreso a la Casa Blanca, pero parece que lleva toda la vida ahí tratando de amargar la existencia a sus adversarios, que ya lo somos todos. Un trimestre en el que se ha confirmado que es un ser mucho más despreciable de lo que nos podíamos imaginar. Es verdad que con su chulería y su prepotencia ha habido momentos en los que ha conseguido meternos el miedo en el cuerpo.

Pese a ello, sus temerarias propuestas causan mofa. Es un hombre tan cutre que incluso cuando anunció la decisión más temible, como fue la guerra arancelaria, su puesta en escena con esas pizarras propias de la carta de un chiringuito playero casi dio lugar más al chiste que a la preocupación. Así lo ven ahora en China, el principal destinatario de su cruzada universal, donde se parten de risa con la proliferación de vídeos realizados con inteligencia artificial en los que hileras de obreros estadounidenses con sobrepeso intentan trabajar como lo hacen a diario los asiáticos por bajos sueldos.

Todo ello por no hablar de lo mal que baila, que daría para otro artículo. En fin. El mejor reflejo de su catadura moral es que solo personajes como Abascal le hacen la pelota y mediocres como Feijóo le respetan.