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Editorial

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Francisco, un antes y después

El pontificado de Jorge Bergoglio ha sido un giro en el Vaticano hacia una diversidad y renovación que demandaba mayoritariamente la feligresía católica pero que no está completada ni asegurada

Francisco, un antes y despuésEP

La muerte de Francisco I, precipitada quizá por su decisión de hacer un último encuentro con los fieles en un día de celebración y gozo para la Iglesia católica como el Domingo de Resurrección, se convierte en testimonio de su pontificado y de la personalidad de Jorge Bergoglio. El primer Papa no europeo llevó al Vaticano una agenda de renovación y recuperación de los nexos de la fe desde su convicción del papel social de la Iglesia. Su discurso aperturista y su foco en los más desamparados auguraba una profunda transformación que ha impregnado al Vaticano pero que está por completar y que el propio Francisco deja encargada a una curia en la que introdujo su impronta pero sobre el que practicó a su vez el equilibrio entre sensibilidades. La diplomacia vaticana es un ejercicio de cohesión entre sectores y esto implica que, aunque se hayan reforzado aquellos que más alineados estaban con el enfoque de Francisco, persiste un representativo sector más conservador. El papel de la mujer en la Iglesia, aunque mejorado, sigue lejos de ser equitativo y el pulso de reconocimiento de las minorías marcadas por su orientación sexual, que reivindican su ejercicio de la fe, dista aún más de estar resuelto. Encaró el lastre de los abusos en la Iglesia con más compromiso que muchas de las conferencias episcopales territoriales y su vocación de apertura se reflejó muy intensamente en el apostolado sobre los derechos y libertades que asisten al ser humano y en la postura más política del Vaticano sobre la democracia y las amenazas del populismo. Ha sido notable su defensa de los más desfavorecidos, con atención especial al drama de la migración: de las razones en origen –económicas y políticas– y de la persecución y maltrato en destino. Significativa también su voluntad y ejemplo de austeridad, que se reflejará en un funeral que reduce el oropel clásico y cuya liturgia aprobó él mismo el pasado año. Dejará decepciones, no obstante, entre quienes reclamaban de él una identificación con el discurso progresista en el ámbito civil pero que chocan con preceptos de la Iglesia. Ahí están el aborto o el divorcio, donde no cabía esperar un abandono del dogma, pero sí ha habido una aproximación más humanista. Francisco ha sido un antes y después y su legado corresponde preservarlo y profundizar en él al conjunto de la Iglesia.