El Estado de Bienestar tiene cada vez más y más complejos retos fruto de los cambios y transformaciones de las sociedades democráticas en este siglo XXI. La percepción y la realidad de la inmigración, por ejemplo en Navarra, tiene muy poco que ver con la que conformaba el debate público y la opinión mayoritaria de la sociedad hace apenas dos décadas. La crueldad, la manipulación, la intoxicación en medios y redes, la dureza, las contradicciones, el egoísmo selectivo, la influencia en las urnas, y la desorganización que acompaña está cuestión cada vez en tono político más alto es la señal de alarma quizá más evidente. O la atención a las personas mayores o la capacidad de la sanidad pública por atender las necesidades de una sociedad más envejecida, con más necesidades, enfermedades nuevas o al menos que eran residuales en épocas muy lejanas cuando la esperanza de vida era sensiblemente inferior a la de hoy en día. O la presión creciente de las ansias privatizadoras sobre los servicios públicos esenciales para mantener y mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. O la diversificación de los modelos sociales de convivencia muy alejados y mucho más diversos que en los tiempos en que la familia era el núcleo tradicional de la pirámide de la sociedad. O la Vivienda como un derecho reconvertido ya casi únicamente en un negocio de inversión con precios desorbitados con objetivos meramente especulativos a futuro que arrastran el proceso de vida personal de las nuevas generaciones de navarras y navarros. O el aumento de la desigualdad en el ámbito de la educación. O las nuevas tecnologías y su influencia en la diversificación del empleo, de la profesionalización, de la calidad de los nuevos nichos industriales y de transformación de los sectores tradicionales.
Un cúmulo de necesidades de nueva creación que exigen abordarse y reclaman la inversión de recursos públicos crecientes. Los retos del Estado de Bienestar son una suma de retos que ahora, en este tiempo convulso e incierto, sometido el debate público a posiciones cada vez más demagógicas a un lado y otro del arco ideológico, son usados más como un intercambio de golpes a costa de los problemas de la sociedad actual que como vía de búsqueda realista de posibles y nuevas soluciones. La demagogia, y la idiotez como ejes centrales de la discusión pública son la puerta de entrada a las nuevas ideologías emergentes de carácter ultra y rupturista que se aprovechan de que la queja es cada vez más un argumento político de peso entre los ciudadanos.
Es evidente, Navarra es un buen ejemplo de ello, que las actuaciones públicas influyen en el equilibrio de la sociedad y contribuyen a frenar los efectos de la incertidumbre social, laboral y económica reduciendo la brecha social y mejorando la calidad de vida del conjunto. No es sólo una cuestión de porcentajes, sino que expone una realidad mucho más profunda: ni todos los políticos ni todos los gobiernos son iguales ni hacen lo mismo. Importa, y mucho, no olvidarlo y repensar de donde venimos, cómo hemos llegado, qué hemos conseguido y hacia dónde queremos caminar. Sin esa apuesta por la cohesión social, que ha sido una constante histórica en el Gobierno y las instituciones forales –con periodos de excepción mínimos–, la sociedad navarra no disfrutaría hoy de los niveles de bienestar actual.