Fuera casualidad o no lo fuera, la imagen de las tres últimas presidentas del Gobierno de Navarra, Yolanda Barcina (UPN), Uxue Barkos (Geroa Bai) y María Chivite (PSN) en el acto de presentación de la Marca Navarra en Madrid, ha coincidido con el décimo aniversario de la victoria electoral de mayo de 2015 en la que con la llegada de Barkos a la presidencia cambió el modelo político , institucional y municipal, las prioridades de la inversión presupuestaria de la Comunidad Foral y puso fin a un largo periodo de gobiernos en minoría de UPN, entonces con apoyo socialista, que transmitía evidentes y alarmantes señales de agotamiento.
Desde entonces, con diferente correlación de fuerzas entre las formaciones protagonistas, las bases de confianza construidas desde el respeto mutuo, también a las diferencias, y la aglutinación de sensibilidades sociopolíticas transversales y representativas de una mayoría de los votantes han aportado la estabilidad que requieren momentos de incertidumbre, sucesión de crisis y confusión, económica y comercial global.
Una pluralidad democrática en la que siempre es necesario buscar caminos coincidentes en las grandes necesidades, retos y demandas de la sociedad y en su tratamiento y un modelo de convivencia que anteponga el interés general a los intereses partidistas o particulares y se base en la búsqueda del bien común sin exclusiones. Un principio de acción política que debe asumir igualmente que los retos que se pueden avecinar para Navarra seguramente exigirán en el incierto devenir grandes acuerdos de comunidad para afrontar y solucionar las nubes que apunta el horizonte. La sociedad navarra y la gestión institucional han puesto en estos diez años las bases para avanzar entre los vaivenes de este siglo XXI y ahora parece necesario un nuevo esfuerzo común, basado en las capacidades de autogobierno, imprescindible en empleo y cohesión social, en sostenibilidad y medio ambiente, en investigación y tecnología y en solidaridad y servicios públicos.
Los datos sociales, económicos, financieros, laborales y fiscales avalan la acción política del Gobierno en esta década, y Navarra lidera –por mucho que haga inútil el esfuerzo catastrófico de la oposición por pintar todo y cada día muy mal–, la mayor parte de los índices de bienestar social, empleo, confianza empresarial, estabilidad, lucha contra la pobreza y cohesión. Esto es, el cambio político y social que apoyaron mayoritariamente los navarros y navarras en 2015 y han renovado en 2019 y 2023 ha cumplido buena parte de sus objetivos socioeconómicos, ha recuperado la normalidad de la convivencia social y ha avanzado en la composición democrática y ética de la política en Navarra.
Quedan importantes carencias por solucionar, pero el balance demuestra que Navarra es una democracia activa con capacidad para afrontar los retos del presente y diseñar propuestas de garantía para el futuro donde es difícil regresar a la vieja política y a su fracasado intento de imponer una idea de Navarra unívoca y excluyente. Tampoco hay encaje para ese tono político que impera en Madrid y ha llegado a límites inaceptables en un sistema democrático. Pero necesita seguir construyendo tiempos nuevos en común y consensos básicos para garantizar los avances sociales y económicos de los últimos diez años.