Este miércoles se han cumplido dos años desde aquellas sorpresivas elecciones generales de 2023 que Sánchez se sacó de la manga cual avezado tahúr para frenar a la derecha. Estamos, por lo tanto, en el ecuador de la legislatura más atípica de la historia que, contra viento y marea, tiene pinta de que llegará a puerto. Otra cosa será comprobar si el viaje habrá merecido la pena, pero los balances conviene hacerlos al final.
De momento, el trayecto está resultando de lo más virado. El Gobierno, que arrancó con una pírrica mayoría cogida por los pelos, va perdiendo socios por el camino que le complican todavía más la situación. Los habituales desmarques de sus teóricos aliados en las votaciones del Congreso le han impedido presentar un proyecto de Presupuestos del Estado, y no parece que vaya a hacerlo a corto plazo.
Una realidad que en el pasado reciente era motivo para disolver la Cámara y llamar a las urnas, pero que en la actualidad no es ni de lejos una exigencia de la mayoría parlamentaria, donde conviven los convencidos con Sánchez con los que le ven como el mal menor. Motivos, en cualquier caso, suficientes. para no agitar la coctelera al menos hasta ver cómo evolucionan los casos de corrupción que irrumpen a diario y que afectan tanto al PSOE como al PP, con el incipiente escándalo de Cristóbal Montoro.