La vida son modas... y mucho más. Cuando era un crío nos parecían ridículos los calzones largos del fútbol retro y ahora nos sorprenden las pantalonetas curriñas de los ochenta. Somos unos copiones, y replicamos como locos a la hora de vestir, de hablar o comportarnos. Cada época tiene sus estéticas, sus epopeyas, sus taras y rebuznos. Tocamos de oído o al son de las partituras, pero rara vez componemos, y tendemos a ignorar nuestra propia ignorancia. En esa suerte de conservatorio ser periodista brinda la oportunidad de escuchar para preguntar y de comprender para enunciar, y echar mano en el análisis político de dos preguntas de un antiguo curso de Baketik: “¿Soy capaz de decir en qué tiene razón mi oponente?” “¿Soy capaz de definir en qué no tengo yo toda la razón?”
Fracaso narrativo
El periodismo ha perdido capacidad tractora. Nuestro oficio está aquejado al mismo tiempo de exceso y de falta de autoestima, entre las ínfulas de sus estrellas y las miserias de los curritos. Y adolecemos seguramente de una reflexión de fondo. La escritora y reportera internacional Patricia Simón aboga por reconocer nuestro fracaso en la siembra de una cultura de derechos humanos y de paz. Simón acaba de publicar Narrar el abismo (Debate), donde habla del poder de la narrativa para entender lo que sucede, hacer justicia o construir la paz.
“Nuestra principal herramienta para tratar de impedir que se imponga la era de la crueldad es la más frágil y la más potente: la palabra”, señala. Pero al mismo tiempo advierte de que el lenguaje es el caballo de Troya de quienes quieren arrastrarnos a esa crueldad. “Pensamos, interpretamos, percibimos y vemos como hablamos, como nombramos”, recuerda. Hace siete años, Sara Buesa, hija de Fernando, asesinado por ETA, reclamó “un uso preciso de las palabras” porque “la indefinición también duele”. “Matar es matar, no es la expresión de un conflicto”, resumió.
En Pamplona mantenemos una inscripción aberrante que aunque esté cubierta con una lona debería sonrojar al conjunto de la ciudad
Otro ejemplo: en Pamplona no hemos sido ni siquiera capaces de eliminar aún de los Caídosuna dedicatoria que es un concentrado de desvergüenza: “Navarra a sus muertos en la Cruzada”. Medio siglo desde la muerte de Franco y la aberración sigue ahí… Primero se mantuvo destapada y luego cubierta con una lona, para sonrojo de una ciudad que durante una pila de años mayoritariamente normalizó esa inscripción y la impostura de su maquillaje.
Con unos procesos administrativos que se hacen eternos, el letrero abismal permanece. Nos hemos pasado décadas mirando el mausoleo alelados, como si el antro fascista fuese un objeto de anticuario, el ajuar de una herencia, el jarrón anacrónico que te recibe y te despide cada día en el vestíbulo de tu casa. A lo peor, siendo rehenes consciente o inconscientemente de un imaginario feroz, una ruina moral de la que aún no nos hemos desembarazado. Cerca de cumplirse 9 años –primera alcaldía deAsiron– desde que salieron los restos de Mola y compañía, y 12 meses desde el acuerdo de resignificación, queda año y medio para las municipales y forales, la legislatura avanza y 2027 se va a echando encima de cara a consumar algún trabajo de piqueta a pesar de que el edificio no se vaya a demoler.
La democracia necesita lenguaje y compromiso. Como ha señalado I-COMMUNITAS en la UPNA, mejorar la convivencia y la calidad democrática constituye siempre una tarea inacabada de la que todos y todas somos responsables. Triple acicate: labor permanente, colectiva y que nos interpela. La democracia es infinita, pero el tiempo vuela. Asumiendo los ritmos legales, si no van a tirar los Caídos dense prisa en cambiar el mamotreto. Que es indigno.