No es que estemos en unos tiempos en los que la verdad sea especialmente valorada, más bien lo contrario, pero lo que sí que tendríamos que estar de acuerdo creo que todos es en que lo que no es admisible es salir de rositas de la mentira, sea del nivel que sea, conlleve más fechorías o conlleve solo una simple y vulgar mentira. En esto hemos ido hacia atrás.
Antes, más o menos en casi cualquier ámbito, cuando te pillaban en una trola gruesa, pienso que había una cierta sensación de vergüenza ajena, de que te habían pillado, de que quien mentía y era descubierto había de algún modo que purgar su fallo. Ahora la sensación de impunidad es casi total. Que un presidente de una comunidad como Euskadi diga Entzun, Ayuso, Euskadi Euskaldun –Escucha, Ayuso, Euskadi euskaldun– y que Ayuso diga en una televisión es que ha dicho Entzun, Ayuso, Pim-Pam-Pum –con la de miseria que se ha pasado en esta y otras tierras con este tema– es directamente denunciable.
O cuando menos debería de existir algún organismo, aunque fuera extraoficial, que elevara a público esta clase de balandronadas para que el escarnio del mentiroso o mentirosa fuese de una notable proporción. En este caso ha sido Ayuso, sí, habitual en estas lides, pero vale para cualquier líder político, puesto que a ellos se les debería presuponer una cierta altura ética y moral.
Quizá es mucho suponer, claro, pero ése es el recuerdo que tengo yo de cuando era pequeño, que querías creer que los mayores que se dedicaban a la política eran de entre lo mejor de la sociedad en beneficio de todos. Era una inocencia infantil, claro, pero una cosa es que no sea así y otra bien diferente es que nos dirijan –o les dirijan– la peor ralea de la clase, capaz de tamañas mentiras y además no se sabe realmente a cuenta de qué ni con qué objetivo. Tiempos muy peligrosos estos, donde, como decía Gurrea, el que dice la verdad se sonroja.