El laicismo ha perdido presencia en el debate público. El Estado laico venía a modernizarnos, a liberar cabezas y a orear el ambiente, y en parte lo ha hecho. Pero esta época acechante tiene sus propios yugos. Nos hemos quitado un buen cacho de resignación cristiana, aleluya, pero hemos perdido algunos frenos sin que la ética civil se desarrolle como debiera. La Ilustración no se ha hecho con la hegemonía social una vez que la religión católica ha perdido influencia. El cuidado al prójimo se ha resentido en ciertos ambientes. Nunca tuvimos un gran sentido comunitario, pero ahora, bajo la oferta y la subasta a precios imposibles, el clasismo se ha vuelto a inflamar.
Poderoso caballero
El espíritu de este tiempo es el dinero, como siempre, pero con menos miramientos. Somos carne de datáfono, membresía bancaria, pasta electrónica. El turbocapitalismo se relame en su propia erótica. Más fetichista, menos preocupado por esconder sus vergüenzas. El destape nos pilla envejeciendo y a la chavalería con las hormonas locas.
Los códigos simbólicos juveniles de nuestra generación son ya más viejos que Matusalén, pero algunos bizarros de ahora imaginan los años setenta como un libro de Los Hollyster, y añoran un orden como el de las teleseries de buenos, malos y abnegados que tragábamos como mamelucos.
Trump se nos ha revestido con la máscara de pacificador. A ver cómo discurre su presidencia a partir de este momento
Hemos bebido maniqueísmo a copazos, chupitos y litronas, y esas ingestas provocan resacas. Así, nos hemos dado de bruces contra el desorden del mercado; hemos sabido de la barbarie en cuarteles, comisarías o colegios religiosos; hemos asistido a la ejecución de tipos como Sadam Hussein y Gadafi o a la venganza coreada contra Bin Laden. Todo eso deja posos. Ahora, tras una carnicería salvaje en Gaza, Trump se nos ha revestido con la máscara de pacificador. Cuando Netanyahu afirmaba que gran parte del mundo había olvidado el 7 de octubre, obviaba que fue él quien sepultó aquella fecha bajo un genocidio. Hoy de momento la percepción es de alivio por el alto el fuego, la entrada de la ayuda humanitaria y la liberación de seres humanos. Ese tanto se lo apunta Trump, y lo va a exprimir como un grandísimo éxito.
Extraños en un tren
El analista Juan José Álvarez nos recuerda que en un sistema democrático la confianza entre extraños es posible. En las autocracias esto se sustituye paulatinamente por el temor y el adoctrinamiento férreo, si bien el juego democrático no escapa de los excesos propagandísticos. Para Iván Redondo, exdirector del Gabinete de la Presidencia, la democracia se percibe desde hace una década como un estorbo, “porque la sociedad política a través de la industria del relato se ha emancipado por completo de la sociedad civil”. Es también para pensarlo, ahora que la fe democrática flaquea en tantos hipotálamos.
La cuestión nos implica como periodistas, claro. Si hablamos una y otra vez de la estrategia MAGA, con perfume tecnócrata, acabaremos olvidando que responde al ‘Make America Great Again’ trumpista. La cuestión primordial es la duda que expresó Joseph Stigliitz, Premio Nobel de Economía que hace poco visitó la Universidad de Deusto. Stiglitz teme que en Estados Unidos no vaya a haber elecciones libres y justas con su actual mandatario. Nada más y nada menos. Trump está a punto de cumplir nueve meses –solo nueve meses– en su segunda etapa en la Casa Blanca. A ver cómo discurre su presidencia a partir de este momento. A ver si se vuelve más megalómano y peligroso. A ver si no nos jode vivos.