Esperanza pero también desconfianza. Alivio, pero también temor. Alegría, pero también rabia. El carrusel de emociones, noticias e imágenes que nos está dejando Gaza, tanto en la zona de Oriente Próximo, como en nuestros propios entornos más cercanos, no para. Miles de personas salimos esta semana de nuevo a la calle para pedir una paz justa y verdadera. Un futuro para Palestina y los y las palestinos/as.

Hay quien puede no ver sentido a estas movilizaciones tras el acuerdo auspiciado por Trump para Hamas e Irsael. Un acuerdo extraño en su construcción e incierto en su resolución, pero al menos una propuesta de acuerdo al fin y al cabo. Más allá de que llega tarde, tarde para más de 70.000 personas que han muerto bajo las bombas en la franja o para todos los rehenes israelíes que no han podido llegar con vida a la liberación acordada, es cierto que supone un cierto respiro parar una tragedia humanitaria provocada por un genocidio en toda regla. Pero cuando las cosas se hacen sin contar con los afectados tienen muchas posibilidades de torcerse. Porque que no haya violencia no significa que haya paz. Una cosa es no morir y otra es poder vivir. Vivir y sobrevivir con dignidad. Y todo esto no está todavía asegurado para el pueblo palestino. Un pueblo que vuelve, sin saber a dónde. Por eso hay que seguir apoyándole.

Entre otras cosas porque ha sido el “objeto” de un pacto en el que debería haber sido “sujeto”. Pero esa es la dinámica utilitaristas de un mandatario global que ha exportado las estrategias de la empresa pura y dura al tablero mundial. Con una actividad y ubicuidad inusitada para llenar la agenda de mucho ruido, esperando recoger las nueces. Más allá de obsesiones megalómanas y personales por premios Nobel lo cierto es que detrás de cada movimiento de Trump hay intereses económicos y geoestratégicos que ni siquiera esconde. Sin embargo y pese a todo, la movilización ciudadana, con expresiones violentas minoritarias rechazables, también se ha hecho sitio en la agenda política y mediática. La presencia de muchos jóvenes en una causa que había sido liderada por veteranos/as activistas le da un carácter intergeneracional a una protesta sin fronteras, aunque con zonas más implicadas que otras. Navarra es una de ellas. Y sobre todo la fuerza de las movilizaciones por Palestina ha supuesto un despertar social, una cierta esperanza para volver a creer que movilizarse sirve para muchas causas.