Crítica del concierto de apertura de la temporada 2025 - 2026 de la OSN: rusos de acero y lamentoIban Aguinaga
En 1914, con la tonalidad austro-alemana rota (Shönberg…), y la ópera italiana agotada, Rusia parecía lista para heredar la hegemonía musical con el popular Rachmaninov, el grandioso Schostakovich, y los radicales Prokofiev y Stravinsky, a la cabeza. Pero vino la guerra y la revolución, y todo se dispersó. Prokofiev había viajado por todo el mundo. También vino a España; Gerardo Diego lo retrata en un concierto que dio en Madrid: formidable pianista, rasgos eslavos, hombre fornido y de “asustante” estatura. Pero los últimos veinte años no salió de la Unión Soviética. La Sinfonía concertante para violonchelo y orquesta con la que ha dado comienzo el curso de nuestra orquesta, tiene mucho de los elementos que caracterizan al compositor, y que, incluso, saltan a la vista en el trasiego del solista por el mástil del chelo.
Orquesta Sinfónica de Navarra
Violonchelo: Nicolás Altstaedt.
Dirección: Perry So.
Programa: Sinfonía concertante de Prokofiev. Sinfonía 6, Patética, de Tchaikovsky.
Lugar y fecha: Baluarte. 16 de octubre de 2025. Incidencias: Prácticamente lleno (desde 35 a 5 euros).
El acero va a ser la alegoría soviética en la política; y las artes “adoptan” su brillo y dureza. La sinfonía concertante es sarcástica, se nos antoja escéptica en el mensaje, en algunos tramos, burlesca y, sobre todo, de un asombroso despliegue mecánico para el solista. Tarda en llegar al alma, primero impacta su “materialismo”, pero, en contraste, en el segundo movimiento descansamos en un lirismo donde el violonchelo se reconcilia con el romanticismo. Nicolas Altstaedt, sale airoso del extremado virtuosismo que se le exige, con ímpetu decidido en el comienzo y variedad de sonido: agreste, a veces, delicado, otra; así como la orquesta, también muy comprometida. Perry So, abunda más, si cabe, en el ritmo acelerado que impone la partitura; siempre con esa sensación de que todo se dispara hacia adelante como un vehículo automático que no puede detenerse.
Por seguir con G. Diego, una obra de música “futbolística”, de regateo constante (chelo, orquesta, partitura), dicho sea como virtud, que cita a los críticos rusos. De todos modos, lo que cuenta, es la limpieza del solista franco-alemán en la digitación y el extraordinario brillo resultante. Como el acero. A veces uno querría un poco más de sosiego, pero quizás entonces se pierde el carácter. De propina, y para calmar los ánimos, Altstaedt se ensimismó –y lo hizo con el público– en la Zarabanda de la Primera suite para violonchelo de Bach, con una bellísima y un tanto heterodoxa (o sea poco historicista) versión.
La Patética de Tchaikovsky sí que llega al alma desde el primer compás. El titular de la orquesta hace una versión para el instrumento que tiene, y la cierta ligereza en el tempo, no impide un rubato (o sea una visión del compás personal) romántico y colorista en los distintos y conocidos temas. Muy bien el fagot, el clarinete, –también el clarinete bajo–, que impregnan de oscuridad los continuos claroscuros que tiene la obra. Aunque, en algún momento algo más de lentitud hubiera cuadrado mejor las cosas, la grandiosidad de la Patética ahí queda. Excelentes reguladores de chelos en el segundo movimiento, abren y recogen un hermoso sonido.
En el tercero, Perry So se explaya con una fuerza y vitalidad que va a venir muy bien para contrastar con el último movimiento, para mí, la cumbre de la velada. Después de los inevitables aplausos del final del tercero (por otra parte, los directores ya van prefiriendo que se aplauda a que se tosa), el adagio lamentoso parece decirnos: “ahora viene lo serio”. Estamos ante una música compungida, pero tan envolventemente hermosa que nos prepara y serena para lo peor. Perry So convenció al auditorio, porque el silencio absoluto que logró (yo creo que medio minuto por lo menos) sin que se aplaudiera, expresaba ese “todo se ha consumado”.