Junts anuncia que deja el bloque de investidura que apoya al Gobierno de Sánchez y, de momento, pasa poco. El anuncio con ánimo eufórico para ensalzar la imagen política de Puigdemont, un tanto decadente ya, parece tener pocas consecuencias inmediatas. Junts también facilitó con su voto la investidura de Sánchez, como otros grupos, y desde entonces ha participado en esa mayoría democrática en el Congreso unas veces sí y otras no, según cuándo, para qué y cómo. Y eso mismo es más o menos lo que avanza el acuerdo unánime de la ejecutiva catalanista dos años después. Poco de nuevo.

La Legislatura mantiene su camino por el mismo caos y por el mismo filo de la navaja en el que comenzó, con dos socios aparentes –Junts y Podemos–, que una vez u otra dan un paso en falso en ese funambulismo político en el que se maneja la acción política del Gobierno de Sánchez. Tiene difícil seguir siempre por esa cuerda suspendida sin red debajo, pero tampoco hay, de momento al menos, razones para no seguir ahí. Si Junts no cierra todas las puertas y sigue abierto al diálogo y a acuerdos concretos, lo mismo que ha hecho hasta ahora, es porque sabe que a día de hoy las urnas no le pintan bien. Y porque todavía hay asuntos como la amnistía en el Constitucional, la financiación autonómica o las lenguas propias en la UE, que pueden tener salida positiva y no puede votar en contra.

En realidad, todos y cada uno de los pasos de Puigdemont han terminado en rupturas de alianzas en Madrid o en Catalunya, sin alternativas viables o directamente en fracasos y el crecimiento a costa de su espacio sociolectoral de la extrema derecha de Alianza Catalana. Es verdad que Sánchez tiene ahora más difícil la Legislatura y parece complicado que 2026 no sea un año de comicios generales en el Estado. Más aun observando el panorama de las comunidades autónomas del PP que apuntan sin disimulo a un ciclo electoral allí donde prevén que el PSOE no presentará una alternativa con posibilidades ganadoras. La ruptura con Vox que sostiene al PP en esas comunidades –a Extremadura le seguirán Aragón, quizá Valencia, y Castilla y León como mínimo–, es solo una excusa para poner en marcha una táctica que les permita renovar su alianza a posteriori al mismo tiempo que debilitan a la actual mayoría del Congreso.

Su vista está puesta en acercar lo más posible las nuevas elecciones generales. A Sánchez le sostiene que se puede mantener el Gobierno sin Presupuestos –es posible y lo ha han hecho también gobiernos del PP, de UPN y de todos los partidos, aunque no sea lo mejor funciona más o menos–, que la ineptitud de Feijóo y la ineficacia evidente de sus gobiernos autonómicos, con el escándalo Mazón como bandera, le permiten aún mantener expectativas electorales.

También que la situación de la economía en el Estado sigue a la cabeza de la UE y entre las mejores expectativas de futuro por ahora. Y, sobre todo, que para ese bloque de investidura la alternativa de un Gobierno de PP y Vox es mucho peor. Para los regímenes forales y el autogobierno de Navarra y la CAV sería seguro un problema político grave. Para Junts, también. Quizá el horizonte de 2027 esté ya demasiado lejos para la Legislatura, pero de momento no se ha terminado. Creo.