Es lo que yo suelo responder a quien me llama y me pregunta qué tal soy. Pero la frase tiene su enjundia y forma parte de lo que bien pudiera Iribarren haber incluido en su Batiburrillo navarro.

Y es que... Pues nada, que cuando en mi pueblo había varios curas, se celebraban oficios religiosos y también vísperas, leyendo y cantando los curiales alrededor del facistol con los libros corales de hojas apergaminadas del siglo XVI, y la mayoría de mozos y no tan mozos, a espera de la misa, salían del coro a las escaleras que aún llevan a él y a la torre a fumarse uno o varios cigarrillos mientras otros se quedaban en él a oír salmodiar latines. A éstos en el pueblo se les llamaba tontos en vísperas, por no aprovechar la ocasión para el fumaque.

Más tarde el vicio se extendió a la hora del sermón en la misa mayor. A chumarrear en las escaleras y que el sacerdote dijera lo que quisiera en la homilía. Y no es sino algo de lo que hoy me pasa a mí cuando oigo, no homilías ni vísperas, sino cesantías y dietas de los políticos. Que me perdonen, pero así me siento cuando no me llega la camisa al cuello ni la pensión a fin de mes. Como tonto en vísperas.