La gente quiere vivir sin preocuparse más allá de cómo se gana el dinero y la forma más bonita de gastarlo. Para pensar sobre la vida y sobre Dios ya está la religión y no necesitamos estrujarnos la cabeza. Si uno trata de pensar por sí mismo sobre estos temas ya se le encasilla como filósofo, cuando eso debería de ser lo normal, lo natural. Y de hecho la mayoría de los considerados filósofos solo defienden lo que han pensado otros, son raras aquellas personas que aportan algo nuevo de verdad.
Hay dos polos radicales muy definidos: los materialistas que quieren prescindir de Dios, y los religiosos que quieren prescindir del esfuerzo racional y objetivo ante el transcurso de la humanidad. Los materialistas dicen: "haremos un grupo muy grande para dirigir el mundo, y nosotros tenemos que estar en la cúspide de la pirámide". Y los religiosos dicen algo parecido: "nuestra secta tiene que dirigir todo el conjunto y Dios nos da permiso para ser unos perfectos dictadores". ¿Cuál es el resultado? La división en dos polos. Unos le quitan a Dios de un plumazo y los otros le quieren someter a Dios. Consecuencia: el caos de la humanidad.
Cuando los materialistas tengan respeto a Dios al aplicar el resultado de la ciencia y del poder material, cada vez que van a tomar decisiones consultarán con la parte sincera de su conciencia clarificada por la razón. Y cuando los religiosos sepan que Dios manda en la Tierra en presente dejarán de hacer esa teatralidad en forma de espectáculo para niños, como si hubiesen podido bloquear la razón humana y dejarla aparcada en la época en que la gente no sabía leer ni utilizar un ordenador. Los religiosos tienen que aprender que el espíritu se manifiesta a través de la materia, y los materialistas tienen que aprender que el primer concepto de la cultura es buscar la perfección del espíritu divino en el conjunto de la humanidad y naturaleza.