Vaya por delante que el pasado 8 de agosto por la tarde yo no estaba en la plaza de Navarra de Tafalla, así que todo lo que voy a escribir lo he recogido de testimonios de gente que esa tarde se encontraba allí paseando o tomando una cervecita en cualquiera de las terrazas de nuestra plaza Nueva.
Resulta que una cuadrilla de Ligallos (así se hacen llamar unos hinchas del Zaragoza, hooligans, diría yo) se habían dado cita en Tafalla para calentarles la badana a los aficionados de Osasuna, que esa tarde jugaba en el San Francisco con el Zaragoza.
No era nada difícil reconocer a los que iban a actuar esa tarde, ya que, aparte de calzar las martins, iban bien abrigados con sus bombers a treinta y tantos grados a la sombra. Y efectivamente a media tarde se zurraron de lo lindo en la plaza y alrededores. Los gallitos zumbándose, sillas volando, botellines lanzados cual jabalinas, gente sangrando, niños corriendo intentando huir de semejante escenario... ¿Cómo es posible que quien tiene que mantener el orden no supiera de esta convocatoria? Las redes sociales funcionaron a las mil maravillas y la quedada llevaba días calentando motores en la red. Si no lo sabían, ¡error! Es su obligación saberlo. Y si lo sabían, ¿tanto cuesta interceptar el autobús a la entrada de Tafalla, llevarlos al San Francisco, escoltarlos y al final del partido acompañarlos al autobús?
El partido era a las siete de la tarde, y hasta allí se desplazaron no sé cuántos furgones con sus correspondientes efectivos. Me queda la duda de si fueron a disfrutar del partido o en plan preventivo, por si acaso quedaban rescoldos (que estamos en época de muchos incendios).
Como solemos decir por esta tierra: muerto el burro, cebada al rabo.