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Por lo menos tengamos las cosas claras

Nuevamente nos llegan noticias de Gaza. Hasta el momento, en dos viernes, ya son treinta los muertos y los heridos se cuentan por cientos, muchos de ellos terminarán en la fosa. Nada nuevo por ahora, los sionistas se sienten agredidos por recibir una lluvia de piedras y eso les da derecho a utilizar sus sofisticadas armas de fuego. El resultado para los palestinos es el descrito, el de los israelíes no lo sabemos. Les debe dar vergüenza decirlo, aunque no sería de extrañar que sus heridos podrían contarse con los dedos de la mano de un manco. Los únicos culpables de esta locura, según lo afirman los sionistas, no son otros que los palestinos, empeñados en querer volver a las tierras y casas de las que fueron expulsados. El planteamiento de Israel es muy sencillo, si las resoluciones de la ONU no le convienen las ignoran, de esta manera nunca admitieron el reparto primario de tierras, y así del 56% del territorio que les asignaron pasaron, por iniciativa propia, a apropiarse el 80%. Hoy tienen el 100%. Las consecuencias son escalofriantes: 13 millones de exiliados de los que 6,5 millones viven como refugiados sin tierra y sin patria en una treintena de países. Los argumentos para obrar con tanta desfachatez son dos: el primero y más contundente, poseer el ejército mejor armado de la zona. El segundo, más sutil pero muy eficaz, es la propaganda mentirosa. Los dos se complementan, y si surgen dificultades para aplicarlos cuentan con la ayuda de EEUU, sin el cual no serían nada, que presionado por los lobby judíos y por la fuerza económica de los sionistas cristianos, surgida hacia los años 80 del pasado siglo, les abastecen con miles de millones de dólares para comprar las armas con que masacrar.

Podemos considerarnos meros espectadores sin capacidad para cambiar las cosas. Es cierto, pero si tanta importancia le dan ellos, los sionistas, a la opinión pública, al menos no nos dejemos enredar y distingamos entre quienes son los verdugos y quienes las víctimas.