La buena organización de un acto público contribuye a su fluidez y, sobre todo, a lo concentración de ponentes y público. El martes 2 de octubre asistí a la charla debate Mitos y verdades sobre la prostitución en el civivox Condestable. Entré puntual a las 7 de la tarde. La moderadora y las ponentes estaban sentadas en el estrado del auditorio. Ella, por delante, en silla alta y con atril. Las demás, detrás de la mesa. Departían. La moderadora concedió cinco minutos de cortesía para engrosar la quincena escasa de asistentes. Llegaríamos a acercarnos a los 50 tras más de media hora de goteo. Empezó el acto con la presentación de las ponentes. El micrófono de la moderadora no funcionaba, pero las primeras filas escuchaban bien su voz sin amplificación y los asistentes dispersos en la parte alta del salón agudizamos el oído. La primera ponente era inaudible y su micrófono, cuando funcionaba, padecía y trasladaba una severa carraspera técnica. Se intentó remediar, con escasa fortuna. La segunda intervención evidenció aún más el problema de megafonía. La tercera ponente era audible por los altavoces, con oscilaciones de nitidez según proyectara o no su voz hacia el micrófono. La caída del atril y de los papeles de la moderadora alteró ese turno. Llegado el de preguntas por parte del público, el sistema establecido las ordenaba de cuatro en cuatro. Error de manual. Se olvidan según se responden, más aún si la misma pregunta es contestada por varias ponentes y alguna respuesta provoca debate. Floja la megafonía en la charla y equivocado el método en el debate. Como para repetir.