La fallida investidura de Pedro Sánchez ha desatado toda clase de comentarios, no pocos de ellos encaminados a resaltar ahora la conveniencia de una reforma de la Ley Electoral. Esta reforma, necesaria desde hace mucho tiempo, al margen de otras cuestiones, debe dilucidarse bajo dos procedimientos: o premiar al partido ganador o la alianza electoral correspondiente con unas decenas de escaños, algo similar a lo que ocurre en Grecia o como ocurrió durante la II República española. O que el cuerpo electoral decida en una segunda vuelta entre las dos formaciones más votadas, similar a la elección del presidente de la República francesa.

Lo de premiar con varios escaños me parece impropio de un sistema democrático, puesto que beneficiaría a los partidos mayoritarios, lo cuales disponen de muchos medios (económicos, mediáticos?) para asegurarse una mayor influencia y predominio electoral. Y sólo serviría para enmascarar una realidad socio-política a todas luces injusta y tal vez peligrosa.

Mucho mejor me parece la segunda vuelta, cuya aplicación también conllevaría un período de negociación entre los partidos políticos a la hora de invocar al electorado en función de sus intereses o perspectivas electorales. De todas formas, me inclino más por un sistema proporcional puro que permite la presencia de todas las tendencias democráticas. Impide la existencia de mayorías absolutas, pero obliga a procesos de negociación dilatados, no exento de dificultades. Israel va a repetir las elecciones dentro de unas semanas y Bélgica estuvo más de 500 días con un Gobierno en funciones.

Pero no se olvide que un Parlamento es el resultado de la voluntad popular. Y la situación política española no es la misma en 2019 que en 2010. Las formaciones políticas han decidido consultar a las bases la aprobación de programas políticos sobre futuros gabinetes. Sería mucho mejor, más auténtico, realizarlo antes, cuando se les puede presentar dos opciones, en lugar de ofrecerles un plato ya condimentado, cocinado y servido en bandeja de plata con la decisión que más conviene a sus promotores.