stefano Della Chiae, un italiano ultraderechista ha muerto “en la cama”; también el argentino de la Triple A, Roberto Almirón lo hizo, así como los que aquel 9 de mayo de 1976, en la fiesta del Partido Carlista en Montejurra, les acompañaban, José Luis Marín García Verde y Pepe Arturo Marquez de Prado, donde asesinaron a Ricardo García Pellejero y a Aniano Jiménez Santos. Han muerto “en la cama”, sin asumir las responsabilidades de las consecuencias negativas de sus actos públicos aquel día. Los conocidos como “sucesos” del Montejurra 76 recibieron la calificación de “delitos comunes” y como tales los comenzó a investigar el juez natural. “Riña entre hermanos” los calificaron Manuel Fraga y Alfonso Osorio, compañeros de la misma trama asesina, y que también murieron “en la cama” sin dar cuentas públicas a sus víctimas, a la sociedad en su conjunto también, por el daño causado. Como el dictador Franco.

La investigación de esos “sucesos” fue trasladada a la Audiencia Nacional, y todos los directamente implicados (afortunadamente hubo ese día un gran despliegue informativo y fotográfico imposible de refutar) resultaron beneficiados en la Amnistía del año siguiente, lo cual es una prueba irrefutable de su falsedad e invalidez pues no hubo juicio ni, por tanto, condena, ni castigo ni pena, así que no había nada que perdonar ni amnistiar. Esa amnistía fue una estafa a las víctimas a las que se privó de una satisfacción y resarcimiento públicos, así como de mostrar su generosidad.

El desenlace dado a esos “sucesos de Montejurra 76” deslegitima la amnistía concedida y, con ella, la “modélica transición”. No hubo tal; no se produjo la “ruptura democrática” con la dictadura franquista que reclamaba el Partido Carlista. Hoy podemos ver con mayor claridad que los cambios han sido superficiales y que los poderes dominantes de la dictadura franquista se aseguraron una transición a otra forma de dominación política, económica y social, menos brutal (“de la ley a la ley” dijo el franquista Torcuato Fernández Miranda), con apariencia de una democracia homologable a las de nuestro entorno europeo?, pero distinta, más encorsetada, en la que se puede decir que la división de poderes no existe y en la que la participación ciudadana está muy mediatizada, induciendo al desánimo y al “desencanto”. Una estafa a la ciudadanía de las Españas.

Todos y cada uno de nuestros actos tienen una repercusión en nuestro entorno más o menos cercano, y para que la convivencia pueda seguir una marcha positiva y ascendente se requiere que haya un equilibrio entre el actor y el receptor de las consecuencias de un acto, tanto más cuanto más público sea dicho acto; de no ser así ese desequilibrio influye negativamente en la convivencia social y sus consecuencias, negativas casi siempre, emergerán antes o después. Por ejemplo, cuando hacemos una compra esperamos pagar “lo justo” por lo que recibimos; cuando no es así, y lo llegamos a saber, se produce una reclamación, y de no conseguir su satisfacción o resarcimiento, se convertirá en resentimiento, venganza?, en algo latente que en el momento “oportuno” se hará público y producirá unas consecuencias desequilibradas.

El “estado actual de las cosas”, es importante, pero no más que nuestra actitud y reacción ante eso que nos ha venido dado.

El autor es SGF del Partido Carlista