Todos los años Pedro Mari de Pagogaña, seudónimo de un gudari de Arrankudiaga, solía escribir un artículo en el aniversario de la muerte de Franco con este título. Había sido un joven al que una sublevación militar de 1936 le destrozó la vida. Prisionero en el fuerte de San Cristóbal vio de cerca la violencia, más bien el terror de aquel régimen sin alma. Muerte, hambre, frío, vejaciones, injusticias, insultos y todo eso en grado sumo y totalmente indefenso, y ante aquel horror se hizo la promesa de escupir algún día sobre la tumba de Franco. Cumplió su deseo. Hoy, lo volvería a hacer por partida doble. Su hija me ha escrito diciendo que “no sabes la emoción que tengo. Lo hemos celebrado”.

Y es que mucha gente banaliza lo que fue aquella oprobiosa dictadura. Por eso es bueno denunciar, entre otros, a los hoteles de Madrid que en sus mostradores nos invitaban a visitar El Escorial y el valle de los Caídos por el mismo precio, como si Cuelgamuros fuera un inocente parque temático, y como si el tal valle hubiera sido una construcción hecha cantando por una contrata libre con mano de obra bien pagada y no la espantosa realidad de un monumento faraónico con cemento amasado con la sangre y las lágrimas de auténticos esclavos al servicio de una megalomanía. Y cuando hablo de hoteles hablo de medios de comunicación y gentes políticamente correctas.

Reconozco que me ha indignado escucharle decir a Pedro Sánchez en la tribuna de la ONU que se hacía justicia ante alguien “que ha reposado inmoralmente durante demasiado tiempo”. Y tiene razón y él, por lo menos, ha tenido el coraje de perseguir la salida del monstruo, pero se ha olvidado decir que si Franco ha estado allí cuarenta y cuatro años es por algo.

En primer lugar por Juan Carlos de Borbón y Borbón, el primer franquista del reino que así lo decidió.

Y en segundo lugar por los gobiernos socialistas de Felipe González y de Rodríguez Zapatero, que así lo consintieron y quienes ante todas nuestras peticiones las echaron a la basura.

Cuando le leo a Ramón Jauregi, siendo tratado en su despedida de Bruselas como todo un hombre de Estado, me acuerdo de su silencio ante el GAL, del que no se enteró pese a que era el delegado del Gobierno, y de cómo, siendo ministro de la presidencia de Zapatero y encargado de negociar este asunto, no lo hizo porque quería un acuerdo con el PP. “¿Con el PP? -le decíamos-, el PP jamás pasará por ello”, como así ocurrió. Su inveterada debilidad ha hecho que gente con más cuajo que él abordara algo que jamás debió suceder, pero su irresponsabilidad fue la de haber añadido ocho años a la salida del carnicero de un lugar de culto.

Por eso me indigna el discurso de un Sánchez que habla del reposo inmoral del dictador, olvidando que esto ha ocurrido gracias por cierto a su partido.

Me he acordado estos días de las decenas de iniciativas que el Grupo Vasco en el Congreso y en el Senado hemos presentado en estos cuarenta años, que, por cierto, no han sido recordadas, ni las broncas del gudari Joseba Elosegi, ni el rescate de la ikurriña de una vitrina del Museo del Ejército, que la señalaba como enseña “rescatada al enemigo”, ni mi procesamiento porque tras una pregunta parlamentaria, la Asociación de Amigos del Valle de los Caídos se querelló contra mí y me pasé dos años danzando con este tema hasta que el Tribunal Supremo lo sobreseyó. ¿Quién de IU, del PSOE hizo lo propio?

También me he acordado de aquel programa de Risto Mejide al que fui, y cuando me preguntó que había que hacer con el dinero de la subasta del Chester tapizado con el cuadro de Picasso les dije que para la Asociación de Familiares que reivindicaban recuperar a sus deudos injustamente enterrados en aquel antro sin permiso alguno. Y gracias a aquel dinerito se contrató al abogado Eduardo Ranz, que logró abrir la primera compuerta y ganar un pleito para comenzar a hacer esto posible.

No existe en Berlín, ni en el pueblo natal de Hitler, un monumento parecido, pero en España sí, como en la catedral de Sevilla con Queipo del Llano, a pesar de que, como en Camboya, las cunetas están repletas de restos de fusilados de una guerra salvaje. Susana Díaz, ¡muévete!

Y me acuerdo del acalde Asiron, que en Iruña les sacó a Mola y Sanjurjo del monumento construido en memoria de estos asesinos en pleno centro de Pamplona, y lo hizo con pulso y sin tanta contemplación.

Honor a todos los Pedro Maris Pagogañas que hoy celebrarían el paso de página de esta ignominia que nos da una foto de situación de lo que fue la sacrosanta transición española.