Según mi parecer, sí; hasta el punto de que tal expresión, al integrarse, sin signo interrogativo, en nuestra manera de vivir, ya forma parte de la cadena del habla coloquial.

Para comprobarlo, basta observar la rapidez con la que la gente en una gran ciudad anda de un lugar a otro como si estuviera acuciada por una apremiante necesidad de hacer algo requerido que le urge a moverse más; pero lo cierto es que, si revisásemos hacia atrás el trayecto recorrido por muchos viandantes, nos sorprenderíamos de que, una vez llegados a sus lugares de destino, tal motivo urgente era imaginario.

Lo cual, en efecto, me trae a colación una frase de Albert Camus que dice, más o menos, así: “No está bien saber correr al fuego cuando la carrera le es a uno más propia que el pensamiento”. Sabia razón que explicaría la verdad sobre esa agitación urbana en espacios financieros como la City, la Défense o el EUR en los que directivo de la banca y la Bolsa salen del metro con elegante indumentaria, la cartera en la mano y el paso acelerado.

Esta misma circunstancia es aplicable, también, a la pléyade de funcionarios y trabajadores eventuales que, con ropa estándar, casual o estrambótica, se cruzan en direcciones opuestas, pues todo tienen en común una especial rapidez al andar: unos para salvar in good time las puertas giratorias de su entidad bancaria, y otros para franquear at the same time la puerta de servicio. Lo mismo sucede con otra variada aglomeración humana que circula con paso alargado por distintas encrucijadas de la vida nocturna en Soho, Pigalle, y Vía Véneto, o por sitios determinados de otras ciudades.

Por esto, quizás una frase del psicólogo americano L. Jacoby: “El mundo gira sobre dos ruedas; una es el amor, la otra es el dinero” podría dar valor testimonial al título de este escrito, por la influencia de dos formas de presión que siempre han estado presentes en nuestra sociedad.