Las ruedas aparcaron en el centro de Massa, cerca de la catedral, pues ya no habían dejado otro lugar y era necesario hacer gestiones en la ciudad. Venía del poblado y había que introducir los números y letras de la matrícula en un maléfico aparato, pero la demora hizo que todo se borrara al momento. Hubo que introducirlos de nuevo y, con las prisas, uno de los dígitos fue equivocado, mas no había modo de borrarlo; a empezar de nuevo. Después empezó el calvario de los documentos en el banco, casi todo parecía prohibido o lo habían complicado las nuevas normas, maraña de arañas, bandada de negros pájaros que la vida picotean con sus inmundos picos carroñeros como si ya fuese un cadáver; eso es lo que están logrando: bloquear el movimiento pues no dejan vivir, cerrando el desarrollo de empresas y particulares, aplastados por mil complejos quehaceres. Consecuencia indeseada. No parece el objetivo deseado. Laberintos de normas e impuestos quieren cobrar a cada movimiento que alguien hace, cadenas o cuerdas que traban los pies del caminante. Cuando volví a la aldea, el fontanero me decía algo parecido cuando tenía que poner el tubo, no solo fuera, sino dentro de mi casa, y no hablo de un país lejano y subdesarrollado sino que me hallo mientras estas letras escribo en Toscana, una de las regiones más apreciadas por los ricos del mundo entero y por los amantes del arte, por el turismo, por el cine... Región desarrollada y hermosa, sí, pero que en mil y un trámites, con bancos, contratos o gestiones, las que fueren, muestran cómo un país rico y excelente puede ir poco a poco bloqueándose. Menos mal que amigos y amigos de amigos tejen una red que se extiende por encima o por debajo de gestores y leyes, de modo que si la compañía del agua responde a la llamada del cliente con mil mensajes de un robot estúpido, un conocido que allí trabaja todo lo transforma contándote dónde y cómo abrir la puerta. Cada vez más sucede que una parte de la población, sobre todo la de edad avanzada, va quedando desplazada pues el laberinto tecnológico, con mensajes y claves en teléfonos que son complejos ordenadores, impide al que no sabe acceder al dinero que posee pero que sacar no puede, impide acudir a la urbe porque no se puede aparcar aunque haya sitio, a emprender un trabajo porque los impuestos al final hacen que no compense y así con todo, dejando a las gentes aisladas y aplastadas por horrendo laberinto de estúpidas leyes. Comienza el nuevo gobierno hispánico diciendo que alzará los impuestos. Esperemos que no eche de nuestro territorio a los inversores ni complique la vida de nuestras más sencillas gentes con nuevas y complejas normativas. Mejor sería que sus señorías ahorren.