Se ha convertido en el púlpito laico sin palabras, sin discursos huecos de la sociedad. Aplausos, trompeta o saxofón, txalaparta, txistu o maracas, cante jondo, tenor, soprano o irrintzi. Celebración, agradecimiento, pancarta y baile. El pueblo llano, que una vez más sale a relucir cuando hace falta. Esto se llama capital social. Que no cotiza en Bolsa ni lo manejan los bancos, ni el gobierno, ni la oposición, ni el Fondo Monetario Internacional, ni la madre que los parió. Sabemos que son necesarios, pero en ayuda del capital social, no al revés.Espero que los mandamases mundiales tomen nota y discutan entre ellos hasta arañarse la cara para saber quién es el que tiene un pueblo más solidario, responsable y más agradecido a los que de verdad dan la vida y se dejan la piel y la salud por todos: sanitarios, basureros, bomberos y ese largo etcétera de funcionarios y voluntarios que solucionan los problemas de los que necesitan una mano, un bastón o un pedazo de pan y cobijo. Eso es el capital social que no se paga con ningún dinero, ni venden los bancos ni viene de paraísos fiscales sino de la simple tierra, esa de color marrón y de esos que son del color de la tierra. Espero que de esta evidencia salga un cambio global más solidario y que nosotros no nos olvidemos de que la fuerza está en nuestras manos, en nuestros balcones y en nuestros aplausos y caceroladas, que recorren las espinas dorsales de cualquier ser humano. Capital social se llama a eso.