esde el inicio de la pandemia hemos escuchado hasta la saciedad que el virus ataca a todas las personas por igual, pero sabemos que esta afirmación no es del todo cierta: ni se enferma igual ni las posibilidades de sanación son las mismas. Resulta evidente que no se puede garantizar un confinamiento saludable si compartes una infravivienda con numerosas personas ni si tienes que salir a trabajar por pertenecer a los "trabajos esenciales", de hecho, una parte muy importante de la clase trabajadora no puede teletrabajar y reunirse a través de vídeo-conferencias, por tanto, la clase social es determinante en la propagación del virus.

Otro factor que influye en el impacto de esta enfermedad es el género. Según la OMS, las mujeres representamos el 70% del personal sanitario del mundo, en esta pandemia el sector sociosanitario está sufriendo largas jornadas laborales, miedo al contagio, contagio real y grandes dosis de ansiedad. Además de este cuidado profesional, somos las mujeres las encargadas de las personas dependientes en nuestros hogares y del trabajo doméstico. El confinamiento implica que la vida se desarrolle completamente en casa, ese espacio que el patriarcado ha designado a las mujeres para la reproducción del trabajo doméstico y de los cuidados. Esta desigualdad tiene su origen en la división sexual del trabajo, eje vertebrador de la alianza entre el patriarcado y el capitalismo.

Actualmente, la red pública de centros dedicados a la formación o al cuidado está en suspensión con el objetivo de contener el virus: se han cerrado los centros educativos, incluidas las escuelas infantiles, los centros de día y los que atienden a personas en situación de dependencia. A día de hoy ¿quién está cuidando y atendiendo a las criaturas, las personas dependientes y personas mayores? Si nos atenemos a los datos de Emakunde respecto a la distribución de las tareas domésticas y de cuidado antes de la irrupción del virus, las mujeres que trabajan fuera de casa destinan 5,1 horas diarias al cuidado de los hijos e hijas menores de 15 años, mientras que los hombres emplean 3,3 horas diarias. Los hombres son el 7,4% de las personas que se acogen a excedencias para el cuidado de hijas e hijos y un 17,9% de las que lo hacen para el cuidado de personas dependientes; no se trata solo del uso del tiempo sino también del tipo de actividades, ellos hacen más la compra, a veces cocinan y hacen pequeñas reparaciones domésticas, mientras que las mujeres son las que friegan, hacen la colada, planchan, supervisan las tareas escolares€ y se encargan del cuidado. Este hecho se agrava cuando las mujeres están fuera del mercado laboral ya que asumen estas tareas en exclusividad.

Esta realidad desigual apenas se ha visto modificada ante la nueva normalidad que estamos viviendo, son las mujeres las que están haciendo frente a una multiplicidad de tareas de cuidados y domésticas, lo que ha hecho que el estrés haya aumentado durante esta pandemia como así lo demuestra un estudio de la UPV/EHU, que confirma que el malestar sicológico ha aumentado un 12% en las mujeres frente al 6,8% en los hombres.

Por último, queremos incidir en un asunto de extrema gravedad: el aumento de la violencia machista sobre las mujeres, condenadas a estar confinadas con su agresor, algo que ya se había advertido desde el feminismo: las llamadas al 016 han subido un 60% desde que comenzó la pandemia.

El feminismo lleva décadas luchando a favor de un sistema público y universal que atienda a las personas en situación de dependencia en condiciones dignas y reivindicando el derecho a ser cuidadas y el derecho a no cuidar. El virus no puede ser la excusa para volver a imponer a las mujeres el papel de cuidadoras, sabemos que en tiempos de crisis económicas se suele aprovechar para mermar los derechos peleados día a día por las mujeres y no lo vamos a permitir. No nos cansaremos de repetir que para afrontar esta crisis sanitaria -que ha agravado la crisis económica y de cuidados- hay que diseñar y aplicar políticas públicas feministas que garanticen una vida digna para todas las personas, de lo contrario, seguiremos construyendo sistemas económicos biocidas que van destruyendo el planeta y nuestras vidas al tiempo que condenan a una mayoría social a la pobreza y a una precariedad laboral extrema.

Desde la Secretaría Feminista de STEILAS consideramos vital un plan de rescate que refuerce la red pública de cuidados, de salud y de educación desde una mirada feminista que asegure a las mujeres y a la sociedad en su conjunto unas condiciones de vida dignas.

Firman este escrito: Susana Andino García, Ainhoa Astigarraga Blanco, Ariane Alberdi Iñarra, Araceli Montes Calvo Idazkaritza Feminista