Los políticos españoles poseen la facultad de difundir entre la población cualquier tema por banal que sea y hacer de ello causa que arrastra, sea sobre deporte, bodas de famosos o vacaciones, hasta que se produce el siguiente acontecimiento. Es una sociedad sin ideas propias y que siempre se discuten apasionadamente. Con la pandemia del covid-19 los medios de difusión y tertulianos han desarrollado una difusión frenética, pero orientada a aspectos superficiales como marcas de las vacunas que se inoculan o el énfasis por disfrutar alternado en los bares, pero se han obviado las consecuencias de la extensión de los contagios, el tremendo número de muertes que ha causado y el coste económico que está suponiendo y el que de ello se derivará. Los políticos, jueces o militares que carecen de conocimientos en la materia se han dedicado a interferir en las decisiones de los expertos estando la clase sanitaria al borde del colapso, tanto por el esfuerzo que ha exigido atender a una plaga inesperada como por tener que solucionar las trabas de los políticos en materia sanitaria. La ciudadanía se ha preocupado de eludir los controles sanitarios que los expertos recomendaban en una actitud que produce vergüenza, pues a pesar de la extensión de los contagios se convocaron fiestas ilegales de las que se derivaban focos infecciosos exigiendo penosos procesos detección, hospitalizaciones e incluso tasas de mortalidad que provocaron un efecto sociológico penoso en determinados círculos de edad, aunque en otros muchos ciudadanos irresponsables tomaban como una pugna para eludir a los controles policiales imprescindibles para reducir la extensión de la pandemia. Realmente la ciudadanía en general ha dado una imagen bastante pobre, salvo la ejemplaridad demostrada por la clase sanitaria, que ha recibido un trato humillante por parte de las autoridades políticas y judiciales y una gran falta de solidaridad de la sanidad privada.