Así se titulaba en la primera página de este periódico el día 24 de abril. Pero no como si fuera una catástrofe, sino como lo más natural, como si contaran los casos de covid o la subida en la factura de la luz.Explicaban los años que tienen las mujeres que abortan, el número de abortos por mujer, dónde se practica, cuánto paga la Administración pública a la clínica de Ansoáin por las interrupciones del embarazo, ¡ah! Y que acosar a las mujeres que allí acuden y a los profesionales que las atienden es delito y hasta tiene pena de cárcel.Yo no las juzgo, no soy quién para ello, y además me parece muy mal que las acosen porque “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.Tampoco juzgo a los medios de comunicación, porque es su trabajo, pero con tanta información y tanta propaganda es más fácil para alguien con dudas animarse y quitarle importancia a algo que sí la tiene. A mi juicio, lo que necesitan es una buena formación. Un día, veía en televisión a una mujer que decía: “Yo he abortado, ¿y qué?, soy libre y puedo hacer con mi cuerpo lo que quiera”. Me hubiera gustado decirle que su hijo no es su cuerpo, que es otra vida y no tiene ningún derecho a destruirla y que si lo hace comete un crimen. Esto no lo digo yo, son palabras del papa Francisco.Esto les diría a quienes piensan en abortar, y si alguna no tiene medio para criar un bebé, que sepan que hay muchas familias que desean adoptarlos e instituciones que ayudan a las madres que lo necesitan.Me gustaría que los gobiernos, en lugar de fabricar armas para matar, apostasen por la vida. Muchas mujeres tendrían la oportunidad y la felicidad de abrazar a sus hijos y la conciencia tranquila.Envío un cordial saludo a los profesionales sanitarios que se acogen a la ley foral de objeción de conciencia.