Toca tratar el tema de las residencias de Tercera Edad o de Mayores, como se quiera denominar a estos establecimientos, a donde, con bastante probabilidad, iremos a parar en un futuro no muy lejano. Nuestras vidas con sus afanes en etapas anteriores a esta que llamamos “vejez” tenían y tienen suficiente entidad como para reflexionar sobre el modelo de cuidado asistencial cuando ya no podamos valernos por nosotros mismos. Entonces peleábamos por todos los derechos para una vida digna. Mirábamos la vejez con distancia temporal como si ese tiempo no nos incumbiera. Quizás porque nos desentendimos de la calidad asistencial fuera de nuestros hogares, observamos ahora deficiencias importantes que reclaman nuestra atención.

Profesionales de la salud nos aconsejan sobre la calidad de vida en la vejez. No parece que las “residencias” cuiden esa calidad. Abundan en número porque la población envejecida superamos a la infantil. Nos preocupa que prime el negocio sobre lo asistencial. Los equipamientos nuevos son más luminosos, muebles más modernos, habitaciones individuales para quien se las puede pagar. Quizás instalaciones sobredimensionadas. Destaco, por encima de otras deficiencias, el problema que supone la escasez de personal cualificado que se dedique a la asistencia, máxime cuando la persona no puede valerse por sí misma. Carencias de personal especializado en la recuperación física y cognitiva de mujeres y hombres asistidos, en la atención afectiva o emocional, además del aseo frecuente. La adecuación de las dietas para personas mayores necesita una revisión. Las y los cuidadores no disponen de tiempo de dedicación individual para paliar la temida soledad de la vejez. Me entristece observar en varios establecimientos a personas sentadas en grupo pequeño o en semicírculo con un televisor que no para de emitir, ¿para quién? Además, lugares de destino alejados de la residencia habitual donde, con suerte, sus familiares pueden visitarles los fines de semana. Peligra la enajenación por la pérdida de identidad. El costo de estos establecimientos es superior a la mayor de las pensiones por jubilación. La brecha social está asegurada. Urge la revisión y adecuación de los modelos asistenciales por parte de las Administraciones que aseguren la calidad de la última parte de nuestras vidas.