Tienen los ojos grandes y tristes, que van muriendo conforme ven la muerte a su alrededor, a su lado, dentro de sí. Tienen los ojos solo para defenderse de la muerte, no les sirven para ver porque no hay nada que ver; el presente, que no era nada bajo el yugo de la opresión a la que han estado sometidos desde antes de nacer, se ha destruido ante ellos llevándose por delante el futuro, que aún era menos. Grandes y tristes ojos acostumbrados desde siempre a la destrucción, al polvo, al hambre, a la falta de agua, a la falta de espacio físico donde moverse y a dónde ir sin encontrarse con el muro, el puto muro que se te viene encima y te ahoga.
Ojos que parecen esconder cuevas abruptas sin vida dentro. Ojos que esconden silenciosos una memoria corta y, a la vez, infinita, de la que no podrán desprenderse salvo en el momento de su propia muerte. Ojos sin luz, sin brillo, sin vida… sin lágrimas siquiera para llorar su desesperanza. Ojos de niñas y niños que observan sin observar. Ojos que invitan a llorar pero que no lloran.