Llegas con el coche. Te pegas media hora buscando sitio para aparcar. Aparcas en casa cristo la frontera. Te acercas al recinto. A lo lejos ves la humareda y notas el olor a chamusquina. Nota mental: “Javier, acuérdate de pedir la tuya poco hecha”.
Ya estás ahí. Te dan un papel con cincuenta tipos de hamburguesas diferentes, que te da una pereza horrible leer. Elijo la única que no tiene mayonesa.
Ahora hay que descargarse una aplicación para que te cobren diez pavos en lugar de quince, y para que supuestamente puedas evitarte los cien metros de cola que hay en cada uno de los foodtrucks que llegan hasta donde te alcanza la vista y más allá. Cuando por fin te descargas la app a regañadientes, y te haces una cuenta, y te metes en el evento y consigues meter algo en el jodido carrito (a estas alturas ya te da igual qué meter), procedes a elegir el método de pago, efectivo o tarjeta. Como ya nunca llevas efectivo, eliges tarjeta, metes los datos de la tarjeta y te dispones a finalizar tu pedido. Le das a pagar y se bloquea la aplicación. Lo repites dieciocho veces y al final no consigues que funcione. Quieres pensar que estará el sistema saturado por la cantidad de gente que hay, por no pensar que eres un inútil digital. No sabes muy bien cómo al final cae una hamburguesa en tus manos. Te pides tu cerveza aguachinada en vaso de plástico por cinco pavos. Te sientas en unas mesas a la intemperie en medio de toda la marabunta. Al poco rato se pone a llover. Más vale que me habían avisado de que me pusiera las botas de monte por el barrizal que se monta. Me meo. Me levanto y no hay dios que encuentre un baño. Me voy a mear al río.
Y ya puedo decir que he llegado a la final de la Champions (burger). En serio… ¿esto mola? Una mierda mundial es lo que es. Me alejo del lugar sintiendo como si alguien se estuviera riendo de mí. Y me digo a mí mismo: “Sí, Javier, pero ahí has caído como todo el mundo”. Correcto. Pero me consuelo pensando que no pienso subirlo a Instagram.
(Dedicado a mis acompañantes de aventuras, que hicieron, como siempre, que al final todo mereciera la pena).