Más de dos años han pasado desde que recibí la llamada que rompería mi silencio y haría alzar mi voz. Por mí, pero también por todas las que aún no han encontrado la fuerza de hacerlo. Y no es de extrañar si la referencia que tenemos sobre cómo se abordan casos de violencia sexual es, por ejemplo, el caso de Elisa Mouliaá e Iñigo Errejón. Me avergüenza y me entristece ver cómo es posible que en nuestro sistema judicial se permita abordar casos de tal calibre a magistrados como el señor Adolfo Carretero. Sin ningún tipo de empatía hacia la denunciante, sin escrúpulos. Mostrando en todo momento un trato irrespetuoso y discriminatorio. ¿Dónde quedan los derechos a la protección y a la dignidad de los que tanto se habla para las víctimas? Más de una vez se han conocido casos de violencia institucional en ese tipo de delitos, pero lo más frustrante es que todos ellos se quedan en eso. En simples frustraciones para nosotras sin ningún tipo de repercusión ni cambio sustancial en el sistema.
Quiero aplaudir a todas esas mujeres valientes que persisten y resisten a pesar de las dificultades y del desamparo que nos brinda la justicia. También a las que sufren en silencio, pues la batalla que luchan internamente también es digna de admiración.
Ojalá que algún día, como bien dijo Gisèle Fuchs, la vergüenza cambie de bando. Ojalá que algún día no tengamos que acudir al juzgado por violencias machistas. Ojalá que algún día erradiquemos esta lacra social.
Ojalá que algún día.