Supervivientes del holocausto avisan de los actuales discursos de odio y llaman a “no repetir los errores cometidos en los años 30”. El odio es una emoción que consiste en desear causar mal. Podría tener como causa la ira, la envidia, el resentimiento o el asco. La ira consiste en la intención de causar un estado de pesar a alguien, por un desprecio manifestado o la impresión de haber sufrido una injusticia, la cual es percibida como inmerecida o inicua. La envidia es una emoción negativa que provoca malestar y dolor por el bien ajeno o la felicidad de los otros y se alegra del mal de los demás. En la obra Anatomía del asco, Miller propone una serie de similitudes y diferencias entre asco y odio. Según Thiebaut, el resentimiento se caracteriza en una actitud reactiva, y nacida por tanto de una cierta pasividad respecto a un estado de cosas. En su ensayo titulado Un odio que siempre nos acompañará parte de sostener que los odios definen a los individuos, y los grupos en que se incluyen, al reflejar las marcas de pertenencia social, de establecimiento jerárquico de los mejores y de los peores por medio de los gustos y de los hábitos. Propone diferenciar “el odium abominationis, que es el firme desprecio de alguna cualidad negativa, del odium inimicitiae, que se dirige a las personas”. Afirma que, aunque se quiera tomar distancia, es difícil ya que los odios acaban por definirnos

Los odios políticos pueden nacer de un desprecio a los judíos, pero se consolidan porque lo odiado se entiende como amenaza, como un peligro que, a su vez, nos odia. Los odios públicos buscan causar mal a un colectivo concreto y suelen ser caldo de cultivo para diversas manifestaciones, como los delitos de odio o los genocidios.