Una idea, no peor que otras
En las listas de dispendios tan desproporcionados como inútiles realizadas en el Estado en los años felices del ladrillo nunca aparecía ese despropósito bautizado con el estrambótico nombre de Reyno de Navarra Arena. Hemos visto y leído docenas de reportajes dedicados a los aeropuertos de Castellón y Ciudad Real, a la Ciudad de la Luz de Alicante o a la pista de esquí seco de Valladolid. Quedaba en la penumbra la gran contribución navarra al deporte de llenar algunos selectos bolsillos a cambio de humo y cemento. Parecía que esa razón de Estado que hace que, en los medios madrileños, la Comunidad Foral apenas aparezca en el mapa de la corrupción, se aplicaba también a la cartografía de la obra pública dolosa y ruinosa. Un periódico de allá acaba de romper el tabú con un reportaje largo y sonrojante: “¿Y ahora qué hacemos con este pabellón de 60 millones?”. Es la misma cuestión que se plantean los técnicos del Gobierno de Navarra. Mientras, los políticos al mando barajan la conveniencia de inaugurar o no el monstruo, aunque haya que volver a cerrarlo después de las elecciones por imposibilidad de mantenerlo. Hay quien defiende que cuando menos se hable de él mejor. A otros les va la marcha inauguradora y confían en la corta memoria de una parte del electorado. Hagan lo que hagan, la pregunta volverá a surgir después de cortar la cinta. Yo miraría a las comunidades vecinas. En Vitoria dentro de poco abrirá sus puertas el primer pub de ocio sexual temático del norte del Estado. 300 metros cuadrados con espacios reservados y salas temáticas para “vivir tu sensualidad con naturalidad y total libertad”, según reza la publicidad. La Comunidad Foral no debería de ser menos. Con 45.000 metros cuadrados al lado del Sadar, la inauguración podría ser sonada, a cargo de esa momentánea pareja artística, Barcina y Esparza, la titular y el aspirante. Todo sea por Navarra.