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Yihad contra la historia

la casualidad ha querido que coincidieran el mismo día la Javierada de este año con la inauguración del enclave histórico de Amaiur. En la primera, miles de personas peregrinaron en memoria de una persona elevada a los altares por la Iglesia católica, en un acto con más de 70 años de solera y apoyo y presencia de las más altas instituciones navarras. En la segunda, unos centenares hicieron lo propio para recordar a los últimos defensores de un reino ya extinguido, en una ceremonia de nuevo cuño, huérfana de patrocinios más allá de grupos culturales y autoridades del valle. Aun sin ser simétricamente antagónicas, a las dos manifestaciones les separa la geografía, la sociología y la puesta en escena. Ambas tienen en común que hunden sus raíces en hechos coetáneos -la Navarra del siglo XVI- y la convicción para los que participan en ellas de que ese pasado sigue teniendo que ver con su presente, sea en forma de fe religiosa o de ideología política. O de las dos, que de todo hay. Se puede debatir cuánto hay de verdad histórica y cuánto de mito en ese sustento a las creencias. Pero la mitificación de la historia no la hemos inventado aquí. Es una constante desde que el ser humano tiene conciencia de su propio pasado. Mucho peor que eso es pretender borrar los tiempos pretéritos del mapa y de la memoria. Estos días, la comunidad internacional reacciona con horror ante las imágenes de militantes yihadistas arrasando enclaves arqueológicos de civilizaciones anteriores a la llegada del islam a la antigua Mesopotamia. Con todas las distancias, a nosotros un muro metálico nos impidió ver cómo las excavadoras destrozaban los restos arqueológicos de la plaza del Castillo cuando Yolanda Barcina era alcaldesa de Pamplona. Fue una pequeña e incruenta yihad contra nuestra humilde historia.